Juana nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479, siendo la tercera hija de una pareja extremadamente singular: la formada por el rey Fernando de Aragón, e Isabel por derecho propio, reina de Castilla. Los dos promocionaban una idea de reinado conjunto en pena igualdad, de ahí el lema "Tanto monta, monta tanto ...", pero la realidad era bastante compleja: sus territorios mantenían cada uno su forma de gobierno, sus cortes, sus leyes, sus tribunales, sus fueros y sus moneda. Ahora bien, existía una concordancia expansionista, aunque los aragoneses se dirigiesen, por tradición, a no perder, sino a incrementar su presencia en el ámbito geográfico mediterráneoi, en tanto que Castilla, una vez expandida hacia el sur acabaría tomando una ruta nueva a través del Atlántico.
En 1479, cuando Juana llegó al mundo, sus padres ya habían tenido una hija, Isabel, que tenía 9 años, y un hijo bautizado Juan, de 22 meses de edad. A Juana se le impuso el nombre de Juana recordando a su abuela paterna, muerta 11 años antes. Aquella Juana nacio Juana Enríquez, hija del gran almirante de Castilla Fadrique y su esposa Maina Díez de Córdoba. Ya de adulta se casó con el rey Juan II de Aragón viudo de Blanca de Navarra. Juana había empleado su vida en la tarea de asegurarle a su hijo la ascensión al trono, Fernando, llegando a dcirse que incluso envenenó a su hijastro, Carlos de Viana, legítimo heredero. Por otro lado, su hija Juana, marchaba a Sicilia a casarse con el rey Fernando I.
Juana no sólo heredó el nombre de su abuela, sino que guardaba además un gran parecido físico. La reina Isabel, asombrada por el parecido, llamada con cariño a su hija "mi querida suegra". Pero en cuanto a carácter, Juana no sacó los genes de esta mujer de carácter sino los de su otra abuela, la materna: Isabel de Portugal. Juana tuvo ocasión de conocerla, pues esta dama no murió hasta 1496 en el castillo de Arévalo. Sin duda era una figura triste y patética, pues su carácter inestable con vetas de melancolía.
En su infancia, Juana resultó ser una niña bonita. Junto a sus hermanas pequeñas, María y Catalina, recibió una esmerada educación. La reina Isabel acogió en su corte a un grupo numeroso de famosos humanistas, desde Lucio Marineo hasta los hermanos Geraldino. La biblioteca se expandió para abarcar un mayor número de obras prestigiosas, en tanto que se hacía una capilla musical.
Isabel creía que sus princesas debían recibir una educación clásica, amplia y estimulante: ella misma aprendió latín de adulta, a costa de un gran esfuerzo personal, y no estaba dispuesta a que sus hijas se encontrasen en una situación similar. Una amiga de la reina Isabel, Beatriz Galindo, se encargó de este aspecto de la educación de las princesas de Castilla-Aragón.
El estudio de los autores clásicos se combinaba con una profunda revisión de los textos sagrados. Los padres estaban convencidos de que sus descendientes hiciesen el honor al hecho de que el Papado les había conferido la distinción de reyes muy católicos, a medida que avanzaba por el camino de expulsar de sus territorios a judíos y moriscos que no se convirtiesen tras completar la famosa Reconquista. Un sacerdote dominico, Andrés de Miranda, se ocupó de inculcar a las muchachas el catolicismo, junto a la cultura de Beatriz Galindo.
Las chicas además sabían montar a caballo, practicaban la caza con aves rapaces, igual que sabían cardar la lana tejer, coser o bordar con primorosa solicitud. En su día, se negociarían con ellas magníficos matrimonios dinásticos.
Isabel, su madre, era una reina de los pies a la cabeza: había ganado la corona luchando contra su sobrina y ahijada Juana, a la que se tachó de bastarda de la reina consorte de Portugal Juana on el noble Beltrán de la Cueva, pero es probable que sólo fueran rumores engendrados por ella para acabar con la reputación de la chica.
Ya en el trono, no se dormía en los laureles: Isabel llegaba a tomar decisiones duras, todo por lograr el apogeo de la corona de Castilla.No le temblaba el pulso al toar decisiones como la expulsión de aquellos moriscos que no se convirtieran al cristianismo, además de saber arriesgar, como hizo con Colón, apoyándole en su viaje que le llevó al descubrimiento de América.
Y sin embargo, esta mujer que no cedía nada de poder a su marido Fernando, pese a gobernar en conjunto, buscó para sus hijas matrimonios convencionales donde ellas estaban sumidas a ellos. Las muchachas sabían que su madre cosía las camisas de su marido con esmero. Además, era ella la celosa, pues todos sabían y nadie evitaba que Fernando saliese a dar una cana al aire.Unas pasaron de puntillas y otras le dieron hijos bastardos que pasaron a la historia. Las niñas sabían de la existencia de esos hijos bastardos de su padre: conocía a Alonso y a Juana, los hijos de la catalana Aldonza de Ivorra, o a Alfonsa, hija de Luisa Estrada, y otros.
Ante esto, Isabel sólo les decía a sus hijas, que como reinas que eran, su sangre real era muy valioso, tanto que por mucho que el marido saliese con mujeres a divertirse, nadie le arrebataría el trono y siempre serían las esposas legítimas. Isabel, Juana, Maria y Catalina aportarían a sus maridos geniales genealogías, sangre real de siglos corriendo por las venas.
A la hora de trazar el futuro de sus hijas, Fernando e Isabel valoraron cuidadosamente las diferentes posibilidades de alianzas dinásticas. Siempre tuvo claro que una de las muchachas debía destinarse a la corona de Portugal, para unir más los vínculos históricos, y con el tiempo, lograr la unión de reinos ibéricos. Así, la hija mayor, Isabel, fue comprometida con el príncipe Alfonso de Portugal, hijo de Juan II con Leonor de Viseu.
La boda de Alfonso e Isabel se celebró con la pompa consiguiente de ese año 1490. La novia tenía 20 alis, en tanto que el príncipe sólo tenía 15, un obstaculo de edad. Pero cuando la novia vio a ese muchacho fuerte y robusto, vigoroso, dotado de gran fuerza física e intelecto le gustó. Ella se prendó de su postura y gallardía, y él se enamoró de esa chica rubia y dulce augurándose un buen matrimonio, bastante prolífico. Pero el destino hizo que Alfonso cayera de su caballo en la orilla del río Tajo, una caída de la cual no recobró la consciencia, falleciendo tras horas de agonía un año después de casarse.
Isabel, viuda, volvió a Castilla. Estaba rota: en señal de duelo, no sólo se cortó su melena dorada y se había empeñado en vestir una túnica de sarga que debía producir espantosos picores en la piel, sino que insistía enq ue deseaba tomar los velos en el convento. Las hermanas menores, Juana de 12 años, María de 9, e incluso Catalina de , se quedaronimpresionadas por las muestras de devoción de su hermana hacia el difunto Alfonso.
Pero Fernando e Isabel vieron el asunto desde otra perspectiva: su hija había dejado un feliz recuerdo en la corte portuguesa, así que en cuanto pasaron unos meses negociaron la boda con el siguiente sucesor a este trono, el tío de Alfonso, Manuel de Béjar.
Manuel ismo no sólo estaba interesado en las ventajas políticas, sino porque había tenido la ocasión de tratar a Isabel durante su matrimonio con su sobrino y la consideraba una mujer adorable. Algo que facilitó las tareas de negociaciones de los reyes católicos.La joven Isabel no quería en absolut esa boda, tratando de evitarla proponiendo a su próximo marido una condición: los judíos a los que tanto admiraba por su laboriosidad e inteligencia, debían serexpulsados de Portugal. Manuel dudó, acabando decidiendo que sí en 1497, casándose Isabel con su segundo esposo.
Para cuando Isabel se casó con Manuel, Juana ya no estaba en la corte española. Hacia 1496, mientras que los reyes católicosesperaban la afianzación de las alianzas portuguesas, Fernando e Isabel negociaron, brillantemente, un doble matrimonio con la casa de Habsburgo. Unna gran flota española debía llevar a Flandes a la princesa Juana, para que se casase con Felipe de Austria; cuando los barcos volviesen, lo harían formando la comitiva de Margarita de Austria, hermana de Felipe, escolgida para casarse con el príncipe Juan, el único hijo varón de Fernando e Isabel.
Estos eran los destinos que se habían trazado para ellas, después de haber descartado opciones previas. Así, sabemos que en un tiempo se pensó comprometer a la rincesa Juana con el delfín Carlos de Francia, y dado que este negocio no llegó a prosperar, se pensó en la pedida de mano de James IV rey de Escocia.
En lo que se refiere a Margarita, que estuvo comprometida con Carlos de Francia, que se había destacado a los candidatos a la mano de Juana previamente. El compromiso se deshizo para que el ya Carlos VIII pudiese casarse con la princesa Anna de Bretaña. Margarita que llevaba ya dos años en la corte de su novio educándose, a la que llegó con una formidable dote, fue devuelta a los Habsburgo, un poco en forma de desprecio y humillación.
Ni Juana ni Margarita pudieron esperar mucho de sus matrimonios. Laas dos eran conscientes d esu valor dinástico, de que se la sponía en la tesitura de servir de enlace entre casas significativas y perpetuar la estirpe regia. Sorprendentemente ambas se enamorarían de sus maridos: Juana de Felipe y Margarita de Juan.
El personaje de Juana la Loca ha inspirado numerosos personajes e historias literarias, donde su vida y encierro se interpretaron como sinónimo de locura. Pero la realidad nunca es tan romántica como la ficción.
Su delirio de amor fue un delirio celóptico en el cotejo de una enfermedad mental grave. Juana nació en 1479, hija mujer del os poderosos Reyes Católicos llamada así en honor a la madre de Fernando, su padre.Por el destino, heredaría tanto la posesoines de su madre isabel, tras la muerte de su único hijo varón,como su carga genética, ya que su abuela materna también terminó sus días como ella, encerrada en una habitación.
Fue una niña tímida, educada excelentemente, dominando artes como el latín y el francés, pero poco propensa a las reuniones sociales, pasando muchos días sin tener ganas de relacionarse con nadie de la Corte castellana. No es raro ver en estos rasgos ápices de la esquizofrenia.
A los 16 años es casada con el archiduque Felipe de Austria,hijo del emperador Maximiliano I de Alemania y la duquesa María de Borgoña, y soberano de fFlandes, por fallecimiento de ésta. Viajó Juana por primera vez fuera de España hacia la corte sacra siendo tal el impacto entre ambos que decidieron buscar un cura de auxilio para casarse ese mismo día y pasar la noche juntos. Faltaban 4 días para la boda inicial.
Tras su boda, aparecieron los primeros síntomas de enfermedad, manifestándose en una conducta celosa, desconfiada y persecutoria, dándose conductas absurdas como no pagar a los servidotres por varios meses, un desinterés progresivo de sus funciones y pérdida de la resonancia afectiva que se acentúan con una serie de acontecimientos, como su primer embarazo. Esto preocupaba al confesor de Isabel la Católica
Tanto las ideas celotípicas como este estado de ánimo, encajan con el diagnóstico de esquizofrenia paranoide. La esquizofrenia es una enfermedad de origen biológico y condicionamiento genético, que cursa en brotes o episodios en los cuales se evidenian síntomas como alucionaciones y delirios, espaciados con interbrotes que en la locura parece acallarola, pero sólo la acentúa. Cuanto mayor on los brotes, peor es la desintegración final.
Los médicos de la corte, Soto y Gutiérrez de Toledo, sostienen que doña Juana pasaba noches en vela, deambulando y con soliloquios, sin comer, asearse o ver a sus hijos., y luego entraba en periodos de arrebato de ira por los celos con su eposo que la llevaban a conductas irracionales. Llegó ap rohibir que subieran damas a un barco que la trasladaba a ella con su marido a España, y como éstas lo hacían sin mirar permiso, ella enceraba a su marido en un cuarto.
Tuvo a su primero hijo, Carlos, luego Carlos I y V en un retrete, por haberse negado a permanecer en cama en el estado de gestación en el que se encontraba, con el fin de acompañar a su esposo a una fiesta, temerosa de que Felipe miraraa otras mujeres. Creemos que estas son las causas de las convulsiones infantiles y debilidad mental de Carlos.
En el momento en que Isabel víctima de un cáncer uterino, decide enttegar su mando, sus consejeros le advierten que su hija no está preparada, con lo que sería su padre quien reinara. En junio de 1506, a la muerte de la reina, Fernando firma un trato con Felipe en Villafáfila, que contenía el siguiente párrafo:
"Conviene saber cómo la Serenísima Reina, en ninguna manera se quiere ocupar o entender de cualquier género de regimiento, ni gobernación; aunque lo quisiera, sería la total destrucción por sus enfermedades y sus pasiones". Es en esto donde se basan algunos historiadores románticos en afirmar que la locura de la reina Juana fue un invento político infundados en celos hacia un marido infiel.
Pero ya vimos que su enfermedad no sólo se manifestaba en los celos, sino en otros comportamientos. En la esquizofrenia, las ideas delirantes no aparecen aisladas. Por el contrariok se acompañan de alteraciones de la mente y el comportamiento con matices de extrañez visto en conductas anormales y abandono de la misma, de sus hijos y sus funciones. En ocasiones, salía su conducta psicótica y parecía que se preocupaba por los problemas del reino, dando incluso órdenes, que por supuesto, fueron acatadas.
En una nueva faceta de brotes, decide vestirse de negro por un luto imaginario (el negro como luto fue impuesto por su madre en lugar del blanco, color tradicional hasta ese momento). Es en este periodo cuando fallece su amado esposo, al cual cuida con esmero en su enfermedad, pero por el que no derrama ni una sóla lágrima. Pero hace abrir su tum ba sin causa justificada en dos ocasiones.
Continúa el reinado su padre Fernando, mientras que su hijo Carlos se ocupa de los reinos de fuera. En 1516 muere Fernando tomando el relevo Carlos, aunque requiere la firma de su madre para los grandes decretos.
La enfermedad de Juana se acebtúa y sus allegados deciden encerrarla en la torre del Castillo de Tordesillas en 1509, permaneciendo hasta su muerte, casi a los 47 años de edad. Vive aislada, custodiada por personal militar y con su hija menor Catalina.
En una oportunidad de recibir la visita de sus dos hijos Carlos y Leonor a los que sólo responde con monosílabos tras 12 años sin verlos, deiden sacar a la niña de sus manos, algo que Juana percibió a los días de llevarse a la niña. Pero empeoró tanto tras la marcha de la ni.a, que los hermanos decidieron devolver a la niña a la torre hasta que contrajo matrimonio y bsalió como reina d Portugal.
En su encierro, pasa por periodos diversos: desde arrebatos violentos físicos, comer en el suelo, se viste andrajosa abandonando el aseo, invierte su ritmo de sueño. En los últimos años tuvo alucinaciones visuales diciendo que su mente está poseida por fuera y que ella no puede hacer ada por ello.
Muere con fuertes dolores físicos debido a los trastornos vasculars que sufría en las piernas por su alta de higiene y por sus largas horas de pie.
La Historia Interminable
domingo, 11 de julio de 2010
domingo, 27 de junio de 2010
LA MALDICION DE LOS HIJOS MUERTOS
"El cielo le ha castigado haciendo que sus hijos nacieran muertos". La madición se había cumplido inexorablemente. 4 días después de que la reina Victoria Eugenia de Battenberg alumbrase a su hijo muerto, Elisabeth Newton una desconocida ciudadada británica, escribía una devastadora carta dirigida al rey Alfonso XIII.
Fechada el 25 de mayo de 1910. La misiva era un injusto reproche al monarca pr haberse ausentado de palacio para asistir en Londres al funeral de Eduardo VIII, dejando sola y desamparada a su esposa en avanzado estado de gestación.
"Su lugar esta vez- advertía Newton- estaba al lado de su esposa. Usted ha jurado fidelidad a ella y a nadie más. El cielo le ha castigado con un hijo muerto".
La carta se conserva aún hoy, señal inequívoca de que Alfonso XIII era supersticioso.
Su padre, Alfonso XII lo había sido durante toda su vida. Mientras agonizaba en el Palacio del Pardo, tuvo el consuelo de enterarse por su esposa que tendría un hijo. Pidió a la reina María Cristina que si era varón no le llamase Alfonso como él, sino Fernando. Si le ponía el nombre de Alfonso reinaría como Alfonso XIII. Y Alfonso XII se llevó a la tumba el temor que sentía hacia ese número, el 13.
Seis meses después de su muerte vino al mundo su único hijo varón a quien, contra el deseo de su padre, le fue immpuesto el nombre de Alfonso XIII, por voluntad de los ministros del gobierno.
"Todos los malos presentimientos de mi abuelo- confesaría Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito de Alfonso XIII, horas antes de su trágica muerte- se han cumplido en mi padre, en mi, en mis hermanos y toda nuestra familia". El príncipe de Asturias murió desangrado a causa de la hemofilia en una clínica de Miami tras un leve accidente de automóvil.
Al año siguiente de nacer él y saberse que era hemofílico, la reina dio a luz al segundo de sus hijos, el infante Don Jaime, que era sordomudo. La tragedia así volvía a encebarese con esta rama de los Borbones, quien por si fuera poco, sufrió otra terrible sacudida, cuando en la madrugada del 21 de mayo de 1910, Victoria ugenia dio a luz a un infante muerto.
Tan sólo 3 meses después del alumbramiento de su hija Beatriz el 22 de junio de 1909 Victoria Eugenia había vuelto a quedarse de nuevo embarazada. La reina había aceotado resignada, su papel de madre prolífica, y el hecho de que su marido se acostase con ella movido no tanto por el amor como por el deseo de engendrar hijos sanos.
Pero esta vez, a principios de año, la reina sospechaba que su embarazo ya no iba bien. Sabía que la vida que llevaba dentro se iba apagando lentamente. Es posible que algún médico se hubiera atrevido a hacer una cesárea con urgencia, pero este método se descartó por dos razones: la operación implicaba un gran riesgo para la madre, ya que ha que tener en cuenta el discreto desarrollo de la obstreticia a principios del siglo XX, y sobre todo, podría dificultar o incapacitar a la reina para seguir siendo fértil.
En cualquier caso, la decisión fue bastante cruel porque prolongó el sufrimiento de la joven reina madre, quien supo un día que el nio que llevaba dentro estaba muerto. Sin embargo no tuvo más remedio que el parto que se celebrase fuese de forma natural. La mujer se deshizo en llantos al coger a su bebé sin vida de ocho meses. Pensaba en llamarle Fernando, el nombre que Alfonso XII pensaba para su hijo.
El trágico acontecimiento se le comunicó al padre por telegrama, que se hallaba en Londres con motivo de las exequias al rey Eduardo VII de Inglaterra. Por esta razón el infante no recibió el agua de socorro ni fue bautizado. Su cadáver permaneció en palacio hata el regreso de Alfonso, para luego ser trasladado, sin rendimiento de honores, al Escorial.
El parte médico se publicó en la Gaceta de Madrid del domingo 22 de mayo de 1910.
De regreso a palacio, Alfonso recibió numerosas cartas de condolencia de todo el mundo, pero la que más le impactó fue ésta, la de Elisabeth Newton, a la que, por razones obvias nunca respondió. Se limitó a guardarla en un cajón de un pequeño secreter donde guardaba unos cuantos libros de economía, el "who´s who" y una guía de la aristocracia europea.
La maldición de lso hijos muertos, que cambió la historia por completo, malogrando la vida y las esperanzas de numerosos infantes de España había comenzado a manifestarse ya con Felipe V, el primero de los Borbones españoles. Su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya y Orleans, dio a luz, el 2 de julio de 1709 a un infante, ue ante el temor que su vida corriese peligro, por su baja estatura, poco peso y falta de energías, fue bautizado con el nombre de Felipe Pedro de Borbón y Saboya.
Los malos presagios se confirmaron y el primogénito sólo sobrevivió 7 días al nacimiento, muriendo el 9 de julio. Presentaba malformacoines congénitas: la autopsia reveló una considerable hipertrofia del corazón y una deformación craneana. Su óbito fue ocultado a la reina hasta el 21 de julio para evitar contratiempos en su recuperación. De todas formas, María Luisa quedó tocada de por vida, padeciendo frecuentemente fiebres altas y tumoraciones cervicales que disimulaba luciendo chales, pañuelos altos y cuellos.
La fiebre se trataba entoncs con quinina e incluso se le cortó el cabello para aplicarle en el cuero cabelludo sangre de pichón que aliviaba sus fuertes jaquecas. Como consecuencia, la reina se quedó calva y tuvo que lucir peluca de por vida.
Su delicado estado de salud a causa de la prematura muerte de su hijo, llevó al consejo del reino y al confesor de Felipe a recomendar al monarca que se abstuviera de mantener relaciones sexuales con su esposa a fin de dejarla embarazada, para evitar males mayores.
Pero pretender que un hombre de la naturaleza de Felipe V siguiese tales consejos, era señal que no se le conocía bien. La reina, volvió a quedarse de nuevo embarazada en 1711, y el 7 de junio de 1712, tuvo otro hijo al que llamó con el mismo nombre que su vástago difunto, Felipe Pedro, y que sólo vivió 7 años, hasta el 29 de diciembre de 1719.
Ya desde el principio, la crianza del recién nacido fue difícil, para su lactancia se necesitaron hasta 8 nodrizas manchegas.
Una de las cosas que se hicieron para terinar con la desgracia delos hijos muertos fue recurrir al báculo de Santo Domingo de Silos, que se llevó a palacio para que protegiera a la reina de sus embarazos. Fue el propio abad de Silos quien presentó esta reliquia en palacio a la reina, cuando ésta se encontraba en avanzado estado de gestación de Felipe Pedro.
Tal ve gracias a la interseción del báculo, la reina pudo criar a sus nuevos hijos: Luís, que reinaría como Luís I, y Fernando, que reinaría como Fernando VI.
Tras la muerte de María Luisa Gabriela de Saboya el 14 de febrero de 1714, a causa de una tuberculosis pulmonar, Felipe V se apresuró a contraer de nuevo matrimonio para satisfacer su apetito sexual, dado que la sucesión ya la tenía garantizada. Fue así como Isabel de Farnesio entró en este maleficio que a lo largo de generaciones ha castigado a los Borbones. El 21 de mayo de 1717, la nueva reina dio a luz a un varón, Francisco, que murió 36 días después de nacer.
Felipe V recurrió entonces a la interseción de una nueva reliquia sagrada en el intento de impetrar del cielo partos felices. La Santa Cinta de la Virgen de Tortosa, llevada a palacio numerosas veces desde 1629, como constaba en la catedral de Tortosa protegió a la reina en sus últimos 5 alumbramientos.
A la triste noticia de la muerte del infante Francisco siguió el nacimiento de la infanta María Victoria en 1718 que contraería matrimonio con sólo 11 años con el futuro rey José I de Portugal.
Tras María Victoria, nació dos años después, el infante Felipe, duque soberano de Parma, casado en 1739 con Luisa Isabel de Francia, y cabeza de la subrama de los Borbones de Parma.
La Virgen de Tortosa pareció velar también con el nacimiento de la infanta María Teresa, que se casaría en 1745 con el delfín Luís de Francia, hijo del fallecido Luís XV.
Pero sin duda la intersción de la cinta debió pesar sobre todo con el infante Luís, nacido en 1727, que llegaría a ser cardenal obispo de Toledo y primado de España, además de arzobispo de Sevilla. Luego el infante tomaría otro rumbo, renunciando a sus dignidades eclesásticas y adquiriendo el condado de Chinchón, para desposarse luego morganáticamente con María Teresa de Villabriga y Rozas.
Finalmente la Santa Cinta protegió a la infanta María Antonia nacida en 1729 y casada 21 años después con el futuro rey Victor Amadeo III de Cerdeña.
A diferencia de sus hermanos pequeños, elprimogénito de Felipe e Isabel de Farnesio, coronado como Carlos III, no pudo librarse de este ensalmo cuando su esposa, María Amalia de Sajonia dio a luz a una niña el 6 de septiembre de 1740 en el Palacio Real de Nápoles. La pequeña, llamada María Isabel, moriría con dos años, el 31 de otcubre de 1742.
Desde hacía un año, María Amalia ansiba el nacimiento de un varón, e hizo una novena para pedirselo. Pero el santo no la escuchó, pues el 20 de enero de 1742, en Nápoles en ausencia de su padre nació una nueva niña, María Josefa Antonia, en recuerdo de su abuela materna. La pequeña sólo vivió 3 meses muriendo el 3 de abril.
No se acabaron los surimientos de la reina, que el 30 de abril de 1743 alumbró de nuevo una niña, de nuevo llamada María Isabel en memoria de la primogénita fallecida que también murió con sólo 6 años, el 17 de marzo de 1749.
María Amalia volvería a engendrar otra niña en 1744. Bautizada como María Josefa Carmela, y conocida en España como la infanta "Pepa" sobrevivió a sus padres, pero tuvo que cargar con la desgracia de ser contrahecha. Goya la retrató tal cual era en La Familia de Carlos IV.
Y aunque vino al mundo una quinta niña de nombre María Luisa, que llegaría a ser nada menos que emperatriz de Alemania, antes de que el 13 de junio de 1747 naciese el único varón en esta fecha de mala suerte bautizado como Felipe Pascual Antonio. Pero el tan anhelado heredero pronto sufrió varios ataques epilépticos jamás llegó a hablar y quedó sumido en un estado de imbecibilidad, tal que fue necesario darle un dictámen médico. El infortunado vivió hasta su muerte con 30 años, bajo la tutela de su hermano Fernando I de las dos Sicilias, sin que nunca llegara a pisar tierra española.
El 12 de noviembre de 1748 nació un segundo varón, Carlos Antonio quien, dada la incapacidad de su hermano, sucedió a su padre con el nombre de Carlos IV.
Pero la renia afrontó su octavo parto el 3 de diciembre de 1749 en que dio a luz a otra niña, María Teresa que sólo vivió 5 meses, hasta el 2 de mayo de 1750.
Luego nació el tercer varón, Fernando, y a continuación el 11 de mayo de 1752 Gabriel Antonio, el hijo más querido por su padre, que se casó con la primogénita de lso reyes de Portugal, la infanta María Ana de Braganza.
De nuevo, la desgracia que siempre abordó a los Borbones hizo mella en esta pareja de enamorados. La infanta María Ana murió en El Escorial el 2 de noviembre de 1788 a causa de un ataque de viruela maligna, que contagió a su recién nacido, Carlos José y a su esposo Gabriel, muriendo el 9 y el 13 de noviembre de ese año respectivamente.
Mientras la reina Maria Amalia seuía trayendo hijos al mundo. En 1754 nació María Ana, que murió con 10 meses el 11 de mayo del año siguiente. Aunque la reina tuvo otros dos hijos, uno del os cuales llamado Francisco Javier, aquejado también de viruela, murió siendo adolescente en Aranjuez en 1771.
Con la descendencia de Carlos IV, la maldición tampoco cesó. La prima, María Luisa de Borbón y Borbón, fue su esposa. Su primer hijo, Carlos Clemente Antonio, nació el 19 de septiembre de 1771 pero murió antes de cumplir los 3 años en 1774.
Al año siguiente dio a luz a una niña sana Carlota Joaquina, que se casaría con Juan VI de Portugal. Pero seguidamente abortó dos veces antes de alumbrar a la infanta María Luisa Carlota el 11 de septiembre de 1777, que murió a los 6 años.
Un tercer aborto en 1778 ensombreció la felicidad de los reyes, hasta que en enero de 1779 nació e el Pardo una niña bautiada con el nombre de María Amalia, en memoria de su abuela paterna. Pero el infortuniose adueño de esta infanta, casada a los 16 años con su tío carnal, el infante don Antonoi Pascual, hermano de su padre y 24 años mayor que ella. La infanta murió con 19 años el 22 de julio de 1798, a consecuencia de un parto en el que perdió también la vida de un infarto.
Las desgracias se desencadenaban una tras otra. El 5 de maro de 1780, María Luisa dio a luz a su hijo, el infante Carlos Domingo Eusebio, que murió antes de cumplir los tres años el 11 de junio de 1783.
Meses después María Luisa sufría su 4º aborto. Pero el 6 de julio trajo a otra niña al mundo en 1782, María Luisa Vicenta, futurs reina de Etruria casada con su primo hermano el duque de Parma Luís I, un joven epiléptico que murió de tuberculosis.
El 5 de septiembre de 1783, María Luisa alumbraría a los primeros gemelos de la historia de la familia real española, bautizados como Carlos Francisco de Paula y Felipe Francisco de Paula. Ambos murieron ese mismo año: Carlos el 18 de octubre y su hermano el 11 de noviembre.
Un año después nació el príncipe de Asturias Fernando, coronado como Fernando VII y el 29 de marzo de 1788 lo hizo Carlos María Isidro, que a la muerte de su hermano le disputaría el trono a su sobrina Isabel II, desencadenando las cruentas guerras carlistas.
Asombraba la buena fecundidad de la reina, que a sus 37 años había padecido 4 abortos y alumbrado 10 hijos. Pero tendría tiempo de tener 6 abortos más y dar a luz en 3 ocasiones: la primera el 16 de febrero de 1791, con la infanta María Teresa, que murió a los 3 años en el Escorial por viruela; otra más en marzo de 1792, con el alumbramiento del infante Felipe María Francisco, fallecido prematuramente en 1794 y la última, cuando la reina contaba con 46 años, saldada con el nacimiento de otro infante, Francisco de Paula Antonio, nacido el 10 de marzo de 1794.
Pero el destino, tras 14 partos y 10 abortos, quiso que sólo quedaen con vida par 1794 7
El infante Francisco de Paula, siguió l tétrica tradición de sus padres, perdió 3 de sus hijos prematuramente: Francisco de Asís y Borbón Borbón, Eduardo y Fernando.
Su hermano, el rey Fernando VII, heredó también la maldición de los hijos muertos. Su primera esposa, María Antonia de Borbón y Lorena, era prima hermana sua por ser hija del rey Fernando, hermano de Carlos IV y de María Carolina de Austria. La desdichada María Antonia murío con sólo 22 años, dejando tras de sí dos malogrados embarazos. Su suegra, la reina María Luisa, relató a Godoy con demasiada expresividad y mal gusto el primero de esos dos abortos, registrados el 22 de noviembre de 1804:
"Esta tarde he presenciado el mal parto de mi nuera con algunos dolores y poca sangre, pues toda ella no euivale a la mía mensual: la bolsita muy chica el feto más chico ue un grano de anís y el cordón es como una hilacha de limón. Con decirte ue el re ha tenido ue ponerse anteojos para poder verlo ..."
El siguiente aborto acaecido el 5 de agosto de 1805 fue similar. Probablemente esta frustrante historial ginecológico influyera en el desarrollo de la tuberculosis que llevó a la reina a la tumba.
Fernando VII, dotado de un voraz apetito sexual heredado de sus antepasados, se dispuso de nuevo a contraer un matrimonio cosanguíneo, como mandaba la tradición borbónica, y se desposó con su sobrina carnal, Isabel de Braganza hija de su hermana Carlota Joaquina del re Juan VI de Portugal.
El 21 de agosto de 1817, la nueva reina alumbró a una niña, de nombre María Isabel Luisa, que murió a los 4 meses medio, el 9 de enero de 1818. Preocupado por su descendencia, Fernando VII volvió a colocarse un almohadón en su miembro, dado el descomunal tamaño de su pene, ya ue sufría macrogenitosomía para poder practicar el coito con su esposa, a la ue de nuevo dejó embarazada. Pero de nuevo, la mala estrella alumbró a los Borbones: el 26 de diciembre de 1818 hubo ue practicar una cesárea a la reina para sacarle una hija muerta, con tan mala fortuna ue la madre también murió, con tan sólo 21 años.
Desesperado por la falta de descendencia, Fernando VII volvió a contraer matrimonio cosanguíneo, esta vez ocn su prima y sobrina segunda la princesa María Josefa Amalia de Sajonia, de sólo 15 años de edad. Pero la bestialidad con la ue trató en su noche de bodas a la joven quinceañera, despetó en ella la frigidez por siempre, y como consecuencia, la infecundidad durante los 10 años ue duró el matrimonio, hasta la muerte de la reina con tan sólo 25 años.
Auella horrible velada, donde la reina, presa del pánico y la repugnancia llegó a orinarse en la cama, e incluso a hacerse sus necesidades mayores, malogró las ansias del soberano por el heredero.
Sólo su cuarta esposa María Cristina de Borbón y Borbón, que era su sobrina por ser hija de su hermana María Isabel, casada con el rey de Nápoles Francisco I de las Dos Sicilias, le dio el fruto que tanto ansiaba. Tras consumar salvajemente el matrimonio con una violación, la reina quedó embarazada y dio a luz a la princesa de Asturias Isabel II, a la que siguió dos años después, su hermana Luisa Fernanda.
Casada con su primo hermano Francisco de Asís y Borbón a quien más de uno llamaba despectivamente "Paquita" por ser afeminado, Isabel II hará de tripas corazón para continuar con su matrimonio arreglado por razones de Estado.
No obstante, la reina contaría años después al embajador de Alfonso XIII en París, Fernando León y Castillo, que la ropa interior de su marido tenía más encajes y puntillas que la de ella.
El propio Gregorio Marañón decía de él que, a causa de su deformación genital, tenía que orinar en cuclillas como una mujer.
Sea como fuere, lo cierto es que Isabel dio a luz a un varón el 12 de julio de 1850, que vivió una hora a causa de la asfixia provocada por el parto.
Minutos después se hizo desfilar a la criatura fallecida en una bandeja de oro con cojín de seda, ante el cuerpo diplomático. El médico de cámara, Juan Francisco Sánchez confir´mó la defunción a los allegados:
"Habiendo anunciado el parto con mucha lentitud, el feto se presentó en posición viciosa que ha sido la causa de su muerte, tras recibir agua de socorro y sin que hayan podido socorrerle".
La maldición de este hijo muerto se quiso inmortalizar en una pintura. Existen en el Patrimonio Nacional 3 retratos del malogrado príncipe: uno macabro y otros dos, con la criatura vestida.
El cadáver del recién nacido fue enterrado sin nombre: Priceps Elisabeth II, y en mármol en latín "murió antes de nacer".
En 1851 la reina volvió a dar a luz a una niña, bautiaza con el nombre de María Isabel Francisca de Asís, conocida como "La Chata" por su pequeña nariz, impropia de su casta. Se rumoreó entonces que su verdadero padre fuera el preferido de la reina, el comandante y gentilhombre José Rui de Arana por lo que a la recién nacida se le llamaba "La Araneja".
Pero poco le duró la alegría a Isabel II, porque su tercer parto el 5 de enero de 1854 nació una infanta que duró sólo 3 días llamada María Cristina. Su cuerpo se expuso en la Real Capilla el día 9, siendo enterrado en el Escorial el d´çia 12 co otros muchos infantes.
Se conserva un retrato fúnebre de esta infanta a la que se pintó yaciente, con un fondo ajardinado mientras que un ángel la subía al cielo.
Al triste acontecimiento siguió un aborto, y dos años después, el alumbramiento de otro niño muerto, a uien no dio tiempo de dar nombre.
El 21 de junio de 1856 Isabel sintió la terrible punzada del destino al dar a luz a otro varón muerto, llamado Francisco de Asís y Leopoldo.
Por fin, el 28 de noviembre de 1857 la reina tuvo al varón que garantizaría la sucesión: Alfonso XII, cuya paternidad se ha atribuido a al apuesto capitán de Ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans.
El segundo parto, casi dos años después, fue otro duro golpe para la reina, madre de una infanta bautizada como María Concepción Francisca de Asís, que murió con dos años de edad el 21 de octubre de 1861.
Prolífica como su abuela María Luisa de Parma, al reina Isabel alumbró a su octavo hijo el 4 d ejunio de 1861, una infanta llamada María del Pilar Berenguela, que murió con sólo 17 años.
Al año siguiente nacería la infanta Paz, futura esposa del rey Luis Fernando de Baviera, y el 12 de febrero de 1864 la infanta Eulalia, casada con el infante Antonio María de Orleans, hijo de los duues de Montpensier.
Finalmente, el hado tenía rteservado para Isabel otra tragedia: la muerte de Francisco Leopoldo antes de ucmplir un mes de vida. Su balance: de la docena de partos, sólo sobrevivieron 5
A su hermana, la infanta Luisa Fernanda, también le acompañó la desgracia. Su hijo Fernando de Orleans y Borbón nacido el 29 de mayo de 1859 murió antes de cumplir los 14 años por sarampión, mientras estudiaba en un internado francés. El hermano de éste, Felipe de Orleans, tampoco nació con el sign de la suerte, muriendo sin haber cumplido dos años, y un tercer hermano, Luis, con 7 años.
Tras la Revolución de 1868, que mandó a Isabel II al exilio a París, el breve paréntesis de la República, y el consiguiente reinado de Amadeo I de Saboya, se produjo la resturación en la persona de Alfonso XII, quien como su madre, se enfrentó a la peor tragedia: la muerte. Su primera esposa, María de las Mercedes de Orleans y Borbón, falleció a ls 18 años de edad de fiebres tifóideas, dejando tras de sí la mala estela de un aborto.
Se buscó entonces para Alfonso otra mujer que pudiera darle un sucesor, eligiéndose a María Cristina de Habsburgo- Lorena, hija del archiduque Carlos Fernando y su prima la archiduquesa Isabel de Austria- Este. Como era habitual entre los Borbones, sobre todo a raíz de los 4 matrimonios celebrados por su abuelo Fernando VII, Alfonso XII tuvo ue solicitar la dispensa eclesiástica para poder desposarse con su nueva mujer, dado que entre ellos existía el cuarto grado de consaguineidad.
Sobr la descendencia de la reina María Cristina se cerniría la desgracia también. La hija mayor y hermana de Alfonso XIII, Mercedes, murió en plena juventud, con 18 años, al dar a luz a su hija Isabel Alfonsa debido a una peritonitis en el parto.
Por si fuera poco, uno de los hijos de la princesa Mercedes, de nmbre Fernando de Borbón y Borbón, nacido un año antes de la muerte de su madre, el 6 de junio de 1903 falleció a los dos años de edad.
Tampoco se libró de un trágico final la otra hermana de Alfonso XIII, María Teresa, casada co su tí Fernando de Baviera. La desgraciada que contaba ya con 3 hijos murió de forma súbita antes de cumplir los 30 años, al sufrir una embolia una semana después de alumbrar a su hija Pilar.
El doctor P Jacoby selaba a a finales de siglo XIX las terribles consecuencias de las uniones cosanguíneas:
"Las familias en vías de degeneracón, desaparecen en parte a consecuencia de excssos y vicios, como alcoholismo, excesos sexuales. En parte por el suicidio, el crimen, pero sobre todo por falta de vitalidad, falta que se manifiesta en la esterilidad, por una gran mortalidad de los hijos en la infancia y por casos frecuentes de muerte pratura en general, de manera que de todos los numerosos hijos, sólo quedan con vida dos o tres muriendo los otros en infancia y adolescencia".
En honor a la verdad, decir que hay muchos infantes muertos debido además del poco avance de la medicina en esos años. Felipe II conservó así a su único hijo varón, mientras que Felipe IV quedó sin descendencia masculina, viéndose obligado a contraer nuevas nupcias para tener un hijo ue la venganza también le malogró.
La infección puerperal, siniestra sombra de la maternidad, influyó más en la historia ue las mismas guerras.
De esto murió la emperatriz Isabel, al igual que María de Portugal o Isabel de Valois.
La viruela, enfermedad vencida con el paso de los años, acabó con la vida delpríncipe Baltasar Carlos y luego con la de Luís I.
Con semejante historial médico, es normal ue el hijo de Alfonso XII desarrollase en los primeros años cierta neurosis por las enfermedades, acrecentada aún más si cabe con el fallecimiento de su padre por tuberculosis y la inesperada muerte por infarto de su madre, la reina María Cristina, el 8 de febrero de 1929.
18 años antes, el periódico norteamericano World Magazine daba cuenta en su edición de marzo de 1911, de algo que en el círculo íntimo del soberano ya se sabía: la obsesión de Alfonso XIII por una maldición sobre él y su familia, asociada a un doctor Moure, y a un mes especial, mayo, el mes de su nacimiento.
El 14 de mayo de 1905, el monarca escuchó desesperanzado, el comentario del doctor Moure sobre la tuberculosis que padecía: la condición del rey no responde enseguida al tratamiento", algo que se clavó en la mente del monarca. 4 años después, cuando el rey volvió a visitarle en uconsulta de Burdeos, el médico fue más lejos y diagnosticó al rey posibles problemas de trastornos depresivos por todas las preocupaciones que tenía.
Fechada el 25 de mayo de 1910. La misiva era un injusto reproche al monarca pr haberse ausentado de palacio para asistir en Londres al funeral de Eduardo VIII, dejando sola y desamparada a su esposa en avanzado estado de gestación.
"Su lugar esta vez- advertía Newton- estaba al lado de su esposa. Usted ha jurado fidelidad a ella y a nadie más. El cielo le ha castigado con un hijo muerto".
La carta se conserva aún hoy, señal inequívoca de que Alfonso XIII era supersticioso.
Su padre, Alfonso XII lo había sido durante toda su vida. Mientras agonizaba en el Palacio del Pardo, tuvo el consuelo de enterarse por su esposa que tendría un hijo. Pidió a la reina María Cristina que si era varón no le llamase Alfonso como él, sino Fernando. Si le ponía el nombre de Alfonso reinaría como Alfonso XIII. Y Alfonso XII se llevó a la tumba el temor que sentía hacia ese número, el 13.
Seis meses después de su muerte vino al mundo su único hijo varón a quien, contra el deseo de su padre, le fue immpuesto el nombre de Alfonso XIII, por voluntad de los ministros del gobierno.
"Todos los malos presentimientos de mi abuelo- confesaría Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito de Alfonso XIII, horas antes de su trágica muerte- se han cumplido en mi padre, en mi, en mis hermanos y toda nuestra familia". El príncipe de Asturias murió desangrado a causa de la hemofilia en una clínica de Miami tras un leve accidente de automóvil.
Al año siguiente de nacer él y saberse que era hemofílico, la reina dio a luz al segundo de sus hijos, el infante Don Jaime, que era sordomudo. La tragedia así volvía a encebarese con esta rama de los Borbones, quien por si fuera poco, sufrió otra terrible sacudida, cuando en la madrugada del 21 de mayo de 1910, Victoria ugenia dio a luz a un infante muerto.
Tan sólo 3 meses después del alumbramiento de su hija Beatriz el 22 de junio de 1909 Victoria Eugenia había vuelto a quedarse de nuevo embarazada. La reina había aceotado resignada, su papel de madre prolífica, y el hecho de que su marido se acostase con ella movido no tanto por el amor como por el deseo de engendrar hijos sanos.
Pero esta vez, a principios de año, la reina sospechaba que su embarazo ya no iba bien. Sabía que la vida que llevaba dentro se iba apagando lentamente. Es posible que algún médico se hubiera atrevido a hacer una cesárea con urgencia, pero este método se descartó por dos razones: la operación implicaba un gran riesgo para la madre, ya que ha que tener en cuenta el discreto desarrollo de la obstreticia a principios del siglo XX, y sobre todo, podría dificultar o incapacitar a la reina para seguir siendo fértil.
En cualquier caso, la decisión fue bastante cruel porque prolongó el sufrimiento de la joven reina madre, quien supo un día que el nio que llevaba dentro estaba muerto. Sin embargo no tuvo más remedio que el parto que se celebrase fuese de forma natural. La mujer se deshizo en llantos al coger a su bebé sin vida de ocho meses. Pensaba en llamarle Fernando, el nombre que Alfonso XII pensaba para su hijo.
El trágico acontecimiento se le comunicó al padre por telegrama, que se hallaba en Londres con motivo de las exequias al rey Eduardo VII de Inglaterra. Por esta razón el infante no recibió el agua de socorro ni fue bautizado. Su cadáver permaneció en palacio hata el regreso de Alfonso, para luego ser trasladado, sin rendimiento de honores, al Escorial.
El parte médico se publicó en la Gaceta de Madrid del domingo 22 de mayo de 1910.
De regreso a palacio, Alfonso recibió numerosas cartas de condolencia de todo el mundo, pero la que más le impactó fue ésta, la de Elisabeth Newton, a la que, por razones obvias nunca respondió. Se limitó a guardarla en un cajón de un pequeño secreter donde guardaba unos cuantos libros de economía, el "who´s who" y una guía de la aristocracia europea.
La maldición de lso hijos muertos, que cambió la historia por completo, malogrando la vida y las esperanzas de numerosos infantes de España había comenzado a manifestarse ya con Felipe V, el primero de los Borbones españoles. Su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya y Orleans, dio a luz, el 2 de julio de 1709 a un infante, ue ante el temor que su vida corriese peligro, por su baja estatura, poco peso y falta de energías, fue bautizado con el nombre de Felipe Pedro de Borbón y Saboya.
Los malos presagios se confirmaron y el primogénito sólo sobrevivió 7 días al nacimiento, muriendo el 9 de julio. Presentaba malformacoines congénitas: la autopsia reveló una considerable hipertrofia del corazón y una deformación craneana. Su óbito fue ocultado a la reina hasta el 21 de julio para evitar contratiempos en su recuperación. De todas formas, María Luisa quedó tocada de por vida, padeciendo frecuentemente fiebres altas y tumoraciones cervicales que disimulaba luciendo chales, pañuelos altos y cuellos.
La fiebre se trataba entoncs con quinina e incluso se le cortó el cabello para aplicarle en el cuero cabelludo sangre de pichón que aliviaba sus fuertes jaquecas. Como consecuencia, la reina se quedó calva y tuvo que lucir peluca de por vida.
Su delicado estado de salud a causa de la prematura muerte de su hijo, llevó al consejo del reino y al confesor de Felipe a recomendar al monarca que se abstuviera de mantener relaciones sexuales con su esposa a fin de dejarla embarazada, para evitar males mayores.
Pero pretender que un hombre de la naturaleza de Felipe V siguiese tales consejos, era señal que no se le conocía bien. La reina, volvió a quedarse de nuevo embarazada en 1711, y el 7 de junio de 1712, tuvo otro hijo al que llamó con el mismo nombre que su vástago difunto, Felipe Pedro, y que sólo vivió 7 años, hasta el 29 de diciembre de 1719.
Ya desde el principio, la crianza del recién nacido fue difícil, para su lactancia se necesitaron hasta 8 nodrizas manchegas.
Una de las cosas que se hicieron para terinar con la desgracia delos hijos muertos fue recurrir al báculo de Santo Domingo de Silos, que se llevó a palacio para que protegiera a la reina de sus embarazos. Fue el propio abad de Silos quien presentó esta reliquia en palacio a la reina, cuando ésta se encontraba en avanzado estado de gestación de Felipe Pedro.
Tal ve gracias a la interseción del báculo, la reina pudo criar a sus nuevos hijos: Luís, que reinaría como Luís I, y Fernando, que reinaría como Fernando VI.
Tras la muerte de María Luisa Gabriela de Saboya el 14 de febrero de 1714, a causa de una tuberculosis pulmonar, Felipe V se apresuró a contraer de nuevo matrimonio para satisfacer su apetito sexual, dado que la sucesión ya la tenía garantizada. Fue así como Isabel de Farnesio entró en este maleficio que a lo largo de generaciones ha castigado a los Borbones. El 21 de mayo de 1717, la nueva reina dio a luz a un varón, Francisco, que murió 36 días después de nacer.
Felipe V recurrió entonces a la interseción de una nueva reliquia sagrada en el intento de impetrar del cielo partos felices. La Santa Cinta de la Virgen de Tortosa, llevada a palacio numerosas veces desde 1629, como constaba en la catedral de Tortosa protegió a la reina en sus últimos 5 alumbramientos.
A la triste noticia de la muerte del infante Francisco siguió el nacimiento de la infanta María Victoria en 1718 que contraería matrimonio con sólo 11 años con el futuro rey José I de Portugal.
Tras María Victoria, nació dos años después, el infante Felipe, duque soberano de Parma, casado en 1739 con Luisa Isabel de Francia, y cabeza de la subrama de los Borbones de Parma.
La Virgen de Tortosa pareció velar también con el nacimiento de la infanta María Teresa, que se casaría en 1745 con el delfín Luís de Francia, hijo del fallecido Luís XV.
Pero sin duda la intersción de la cinta debió pesar sobre todo con el infante Luís, nacido en 1727, que llegaría a ser cardenal obispo de Toledo y primado de España, además de arzobispo de Sevilla. Luego el infante tomaría otro rumbo, renunciando a sus dignidades eclesásticas y adquiriendo el condado de Chinchón, para desposarse luego morganáticamente con María Teresa de Villabriga y Rozas.
Finalmente la Santa Cinta protegió a la infanta María Antonia nacida en 1729 y casada 21 años después con el futuro rey Victor Amadeo III de Cerdeña.
A diferencia de sus hermanos pequeños, elprimogénito de Felipe e Isabel de Farnesio, coronado como Carlos III, no pudo librarse de este ensalmo cuando su esposa, María Amalia de Sajonia dio a luz a una niña el 6 de septiembre de 1740 en el Palacio Real de Nápoles. La pequeña, llamada María Isabel, moriría con dos años, el 31 de otcubre de 1742.
Desde hacía un año, María Amalia ansiba el nacimiento de un varón, e hizo una novena para pedirselo. Pero el santo no la escuchó, pues el 20 de enero de 1742, en Nápoles en ausencia de su padre nació una nueva niña, María Josefa Antonia, en recuerdo de su abuela materna. La pequeña sólo vivió 3 meses muriendo el 3 de abril.
No se acabaron los surimientos de la reina, que el 30 de abril de 1743 alumbró de nuevo una niña, de nuevo llamada María Isabel en memoria de la primogénita fallecida que también murió con sólo 6 años, el 17 de marzo de 1749.
María Amalia volvería a engendrar otra niña en 1744. Bautizada como María Josefa Carmela, y conocida en España como la infanta "Pepa" sobrevivió a sus padres, pero tuvo que cargar con la desgracia de ser contrahecha. Goya la retrató tal cual era en La Familia de Carlos IV.
Y aunque vino al mundo una quinta niña de nombre María Luisa, que llegaría a ser nada menos que emperatriz de Alemania, antes de que el 13 de junio de 1747 naciese el único varón en esta fecha de mala suerte bautizado como Felipe Pascual Antonio. Pero el tan anhelado heredero pronto sufrió varios ataques epilépticos jamás llegó a hablar y quedó sumido en un estado de imbecibilidad, tal que fue necesario darle un dictámen médico. El infortunado vivió hasta su muerte con 30 años, bajo la tutela de su hermano Fernando I de las dos Sicilias, sin que nunca llegara a pisar tierra española.
El 12 de noviembre de 1748 nació un segundo varón, Carlos Antonio quien, dada la incapacidad de su hermano, sucedió a su padre con el nombre de Carlos IV.
Pero la renia afrontó su octavo parto el 3 de diciembre de 1749 en que dio a luz a otra niña, María Teresa que sólo vivió 5 meses, hasta el 2 de mayo de 1750.
Luego nació el tercer varón, Fernando, y a continuación el 11 de mayo de 1752 Gabriel Antonio, el hijo más querido por su padre, que se casó con la primogénita de lso reyes de Portugal, la infanta María Ana de Braganza.
De nuevo, la desgracia que siempre abordó a los Borbones hizo mella en esta pareja de enamorados. La infanta María Ana murió en El Escorial el 2 de noviembre de 1788 a causa de un ataque de viruela maligna, que contagió a su recién nacido, Carlos José y a su esposo Gabriel, muriendo el 9 y el 13 de noviembre de ese año respectivamente.
Mientras la reina Maria Amalia seuía trayendo hijos al mundo. En 1754 nació María Ana, que murió con 10 meses el 11 de mayo del año siguiente. Aunque la reina tuvo otros dos hijos, uno del os cuales llamado Francisco Javier, aquejado también de viruela, murió siendo adolescente en Aranjuez en 1771.
Con la descendencia de Carlos IV, la maldición tampoco cesó. La prima, María Luisa de Borbón y Borbón, fue su esposa. Su primer hijo, Carlos Clemente Antonio, nació el 19 de septiembre de 1771 pero murió antes de cumplir los 3 años en 1774.
Al año siguiente dio a luz a una niña sana Carlota Joaquina, que se casaría con Juan VI de Portugal. Pero seguidamente abortó dos veces antes de alumbrar a la infanta María Luisa Carlota el 11 de septiembre de 1777, que murió a los 6 años.
Un tercer aborto en 1778 ensombreció la felicidad de los reyes, hasta que en enero de 1779 nació e el Pardo una niña bautiada con el nombre de María Amalia, en memoria de su abuela paterna. Pero el infortuniose adueño de esta infanta, casada a los 16 años con su tío carnal, el infante don Antonoi Pascual, hermano de su padre y 24 años mayor que ella. La infanta murió con 19 años el 22 de julio de 1798, a consecuencia de un parto en el que perdió también la vida de un infarto.
Las desgracias se desencadenaban una tras otra. El 5 de maro de 1780, María Luisa dio a luz a su hijo, el infante Carlos Domingo Eusebio, que murió antes de cumplir los tres años el 11 de junio de 1783.
Meses después María Luisa sufría su 4º aborto. Pero el 6 de julio trajo a otra niña al mundo en 1782, María Luisa Vicenta, futurs reina de Etruria casada con su primo hermano el duque de Parma Luís I, un joven epiléptico que murió de tuberculosis.
El 5 de septiembre de 1783, María Luisa alumbraría a los primeros gemelos de la historia de la familia real española, bautizados como Carlos Francisco de Paula y Felipe Francisco de Paula. Ambos murieron ese mismo año: Carlos el 18 de octubre y su hermano el 11 de noviembre.
Un año después nació el príncipe de Asturias Fernando, coronado como Fernando VII y el 29 de marzo de 1788 lo hizo Carlos María Isidro, que a la muerte de su hermano le disputaría el trono a su sobrina Isabel II, desencadenando las cruentas guerras carlistas.
Asombraba la buena fecundidad de la reina, que a sus 37 años había padecido 4 abortos y alumbrado 10 hijos. Pero tendría tiempo de tener 6 abortos más y dar a luz en 3 ocasiones: la primera el 16 de febrero de 1791, con la infanta María Teresa, que murió a los 3 años en el Escorial por viruela; otra más en marzo de 1792, con el alumbramiento del infante Felipe María Francisco, fallecido prematuramente en 1794 y la última, cuando la reina contaba con 46 años, saldada con el nacimiento de otro infante, Francisco de Paula Antonio, nacido el 10 de marzo de 1794.
Pero el destino, tras 14 partos y 10 abortos, quiso que sólo quedaen con vida par 1794 7
El infante Francisco de Paula, siguió l tétrica tradición de sus padres, perdió 3 de sus hijos prematuramente: Francisco de Asís y Borbón Borbón, Eduardo y Fernando.
Su hermano, el rey Fernando VII, heredó también la maldición de los hijos muertos. Su primera esposa, María Antonia de Borbón y Lorena, era prima hermana sua por ser hija del rey Fernando, hermano de Carlos IV y de María Carolina de Austria. La desdichada María Antonia murío con sólo 22 años, dejando tras de sí dos malogrados embarazos. Su suegra, la reina María Luisa, relató a Godoy con demasiada expresividad y mal gusto el primero de esos dos abortos, registrados el 22 de noviembre de 1804:
"Esta tarde he presenciado el mal parto de mi nuera con algunos dolores y poca sangre, pues toda ella no euivale a la mía mensual: la bolsita muy chica el feto más chico ue un grano de anís y el cordón es como una hilacha de limón. Con decirte ue el re ha tenido ue ponerse anteojos para poder verlo ..."
El siguiente aborto acaecido el 5 de agosto de 1805 fue similar. Probablemente esta frustrante historial ginecológico influyera en el desarrollo de la tuberculosis que llevó a la reina a la tumba.
Fernando VII, dotado de un voraz apetito sexual heredado de sus antepasados, se dispuso de nuevo a contraer un matrimonio cosanguíneo, como mandaba la tradición borbónica, y se desposó con su sobrina carnal, Isabel de Braganza hija de su hermana Carlota Joaquina del re Juan VI de Portugal.
El 21 de agosto de 1817, la nueva reina alumbró a una niña, de nombre María Isabel Luisa, que murió a los 4 meses medio, el 9 de enero de 1818. Preocupado por su descendencia, Fernando VII volvió a colocarse un almohadón en su miembro, dado el descomunal tamaño de su pene, ya ue sufría macrogenitosomía para poder practicar el coito con su esposa, a la ue de nuevo dejó embarazada. Pero de nuevo, la mala estrella alumbró a los Borbones: el 26 de diciembre de 1818 hubo ue practicar una cesárea a la reina para sacarle una hija muerta, con tan mala fortuna ue la madre también murió, con tan sólo 21 años.
Desesperado por la falta de descendencia, Fernando VII volvió a contraer matrimonio cosanguíneo, esta vez ocn su prima y sobrina segunda la princesa María Josefa Amalia de Sajonia, de sólo 15 años de edad. Pero la bestialidad con la ue trató en su noche de bodas a la joven quinceañera, despetó en ella la frigidez por siempre, y como consecuencia, la infecundidad durante los 10 años ue duró el matrimonio, hasta la muerte de la reina con tan sólo 25 años.
Auella horrible velada, donde la reina, presa del pánico y la repugnancia llegó a orinarse en la cama, e incluso a hacerse sus necesidades mayores, malogró las ansias del soberano por el heredero.
Sólo su cuarta esposa María Cristina de Borbón y Borbón, que era su sobrina por ser hija de su hermana María Isabel, casada con el rey de Nápoles Francisco I de las Dos Sicilias, le dio el fruto que tanto ansiaba. Tras consumar salvajemente el matrimonio con una violación, la reina quedó embarazada y dio a luz a la princesa de Asturias Isabel II, a la que siguió dos años después, su hermana Luisa Fernanda.
Casada con su primo hermano Francisco de Asís y Borbón a quien más de uno llamaba despectivamente "Paquita" por ser afeminado, Isabel II hará de tripas corazón para continuar con su matrimonio arreglado por razones de Estado.
No obstante, la reina contaría años después al embajador de Alfonso XIII en París, Fernando León y Castillo, que la ropa interior de su marido tenía más encajes y puntillas que la de ella.
El propio Gregorio Marañón decía de él que, a causa de su deformación genital, tenía que orinar en cuclillas como una mujer.
Sea como fuere, lo cierto es que Isabel dio a luz a un varón el 12 de julio de 1850, que vivió una hora a causa de la asfixia provocada por el parto.
Minutos después se hizo desfilar a la criatura fallecida en una bandeja de oro con cojín de seda, ante el cuerpo diplomático. El médico de cámara, Juan Francisco Sánchez confir´mó la defunción a los allegados:
"Habiendo anunciado el parto con mucha lentitud, el feto se presentó en posición viciosa que ha sido la causa de su muerte, tras recibir agua de socorro y sin que hayan podido socorrerle".
La maldición de este hijo muerto se quiso inmortalizar en una pintura. Existen en el Patrimonio Nacional 3 retratos del malogrado príncipe: uno macabro y otros dos, con la criatura vestida.
El cadáver del recién nacido fue enterrado sin nombre: Priceps Elisabeth II, y en mármol en latín "murió antes de nacer".
En 1851 la reina volvió a dar a luz a una niña, bautiaza con el nombre de María Isabel Francisca de Asís, conocida como "La Chata" por su pequeña nariz, impropia de su casta. Se rumoreó entonces que su verdadero padre fuera el preferido de la reina, el comandante y gentilhombre José Rui de Arana por lo que a la recién nacida se le llamaba "La Araneja".
Pero poco le duró la alegría a Isabel II, porque su tercer parto el 5 de enero de 1854 nació una infanta que duró sólo 3 días llamada María Cristina. Su cuerpo se expuso en la Real Capilla el día 9, siendo enterrado en el Escorial el d´çia 12 co otros muchos infantes.
Se conserva un retrato fúnebre de esta infanta a la que se pintó yaciente, con un fondo ajardinado mientras que un ángel la subía al cielo.
Al triste acontecimiento siguió un aborto, y dos años después, el alumbramiento de otro niño muerto, a uien no dio tiempo de dar nombre.
El 21 de junio de 1856 Isabel sintió la terrible punzada del destino al dar a luz a otro varón muerto, llamado Francisco de Asís y Leopoldo.
Por fin, el 28 de noviembre de 1857 la reina tuvo al varón que garantizaría la sucesión: Alfonso XII, cuya paternidad se ha atribuido a al apuesto capitán de Ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans.
El segundo parto, casi dos años después, fue otro duro golpe para la reina, madre de una infanta bautizada como María Concepción Francisca de Asís, que murió con dos años de edad el 21 de octubre de 1861.
Prolífica como su abuela María Luisa de Parma, al reina Isabel alumbró a su octavo hijo el 4 d ejunio de 1861, una infanta llamada María del Pilar Berenguela, que murió con sólo 17 años.
Al año siguiente nacería la infanta Paz, futura esposa del rey Luis Fernando de Baviera, y el 12 de febrero de 1864 la infanta Eulalia, casada con el infante Antonio María de Orleans, hijo de los duues de Montpensier.
Finalmente, el hado tenía rteservado para Isabel otra tragedia: la muerte de Francisco Leopoldo antes de ucmplir un mes de vida. Su balance: de la docena de partos, sólo sobrevivieron 5
A su hermana, la infanta Luisa Fernanda, también le acompañó la desgracia. Su hijo Fernando de Orleans y Borbón nacido el 29 de mayo de 1859 murió antes de cumplir los 14 años por sarampión, mientras estudiaba en un internado francés. El hermano de éste, Felipe de Orleans, tampoco nació con el sign de la suerte, muriendo sin haber cumplido dos años, y un tercer hermano, Luis, con 7 años.
Tras la Revolución de 1868, que mandó a Isabel II al exilio a París, el breve paréntesis de la República, y el consiguiente reinado de Amadeo I de Saboya, se produjo la resturación en la persona de Alfonso XII, quien como su madre, se enfrentó a la peor tragedia: la muerte. Su primera esposa, María de las Mercedes de Orleans y Borbón, falleció a ls 18 años de edad de fiebres tifóideas, dejando tras de sí la mala estela de un aborto.
Se buscó entonces para Alfonso otra mujer que pudiera darle un sucesor, eligiéndose a María Cristina de Habsburgo- Lorena, hija del archiduque Carlos Fernando y su prima la archiduquesa Isabel de Austria- Este. Como era habitual entre los Borbones, sobre todo a raíz de los 4 matrimonios celebrados por su abuelo Fernando VII, Alfonso XII tuvo ue solicitar la dispensa eclesiástica para poder desposarse con su nueva mujer, dado que entre ellos existía el cuarto grado de consaguineidad.
Sobr la descendencia de la reina María Cristina se cerniría la desgracia también. La hija mayor y hermana de Alfonso XIII, Mercedes, murió en plena juventud, con 18 años, al dar a luz a su hija Isabel Alfonsa debido a una peritonitis en el parto.
Por si fuera poco, uno de los hijos de la princesa Mercedes, de nmbre Fernando de Borbón y Borbón, nacido un año antes de la muerte de su madre, el 6 de junio de 1903 falleció a los dos años de edad.
Tampoco se libró de un trágico final la otra hermana de Alfonso XIII, María Teresa, casada co su tí Fernando de Baviera. La desgraciada que contaba ya con 3 hijos murió de forma súbita antes de cumplir los 30 años, al sufrir una embolia una semana después de alumbrar a su hija Pilar.
El doctor P Jacoby selaba a a finales de siglo XIX las terribles consecuencias de las uniones cosanguíneas:
"Las familias en vías de degeneracón, desaparecen en parte a consecuencia de excssos y vicios, como alcoholismo, excesos sexuales. En parte por el suicidio, el crimen, pero sobre todo por falta de vitalidad, falta que se manifiesta en la esterilidad, por una gran mortalidad de los hijos en la infancia y por casos frecuentes de muerte pratura en general, de manera que de todos los numerosos hijos, sólo quedan con vida dos o tres muriendo los otros en infancia y adolescencia".
En honor a la verdad, decir que hay muchos infantes muertos debido además del poco avance de la medicina en esos años. Felipe II conservó así a su único hijo varón, mientras que Felipe IV quedó sin descendencia masculina, viéndose obligado a contraer nuevas nupcias para tener un hijo ue la venganza también le malogró.
La infección puerperal, siniestra sombra de la maternidad, influyó más en la historia ue las mismas guerras.
De esto murió la emperatriz Isabel, al igual que María de Portugal o Isabel de Valois.
La viruela, enfermedad vencida con el paso de los años, acabó con la vida delpríncipe Baltasar Carlos y luego con la de Luís I.
Con semejante historial médico, es normal ue el hijo de Alfonso XII desarrollase en los primeros años cierta neurosis por las enfermedades, acrecentada aún más si cabe con el fallecimiento de su padre por tuberculosis y la inesperada muerte por infarto de su madre, la reina María Cristina, el 8 de febrero de 1929.
18 años antes, el periódico norteamericano World Magazine daba cuenta en su edición de marzo de 1911, de algo que en el círculo íntimo del soberano ya se sabía: la obsesión de Alfonso XIII por una maldición sobre él y su familia, asociada a un doctor Moure, y a un mes especial, mayo, el mes de su nacimiento.
El 14 de mayo de 1905, el monarca escuchó desesperanzado, el comentario del doctor Moure sobre la tuberculosis que padecía: la condición del rey no responde enseguida al tratamiento", algo que se clavó en la mente del monarca. 4 años después, cuando el rey volvió a visitarle en uconsulta de Burdeos, el médico fue más lejos y diagnosticó al rey posibles problemas de trastornos depresivos por todas las preocupaciones que tenía.
lunes, 21 de junio de 2010
ISABEL DE FRANCIA PRIMERA ESPOSA DE FELIPE IV
Isabel fue la segunda de las 6 hijas de María Medici y su esposo Henry IV de Francia. El matrimonio de éste, un hombre sienmpre enredado en aventuras amorosas y que además parecía cambiar de religión según fuese el viento, con María de Medici había sido, por supuesto, un arreglo ventajoso. En Marie, Henry encontraba una segunda consorte de adecuado linaje y magnífica dote a la que se presuponía fértil. Y en efecto, esa presunción de fertilidad se cumplió con la procreación de 6 hijos: Louis, futuro Luís XIII; Elisabeth Christine, Nicholas Henry, Gaston y Henriette Marie.
Cuando Elisabeth apareció en escena, el 22 de noviembre de 1602 en el palacio de Fonatinebleau, su padre Henri se encontraba en el apogeo de poder, en la próspera época del reinado, donde todo el mundo podía disfrutar de al menos un pollo en la olla del domingo. Nadie presagiaba que 8 años después moriría asesinado en su carruaje en una estrecha calleja de París a resultas de una conjura, que hoy en día sigue siendo un enigma. No se sabe quién estaba detrás de esa puñalada mortal, se acusa sin embargo al acérrimo católico FrabÇoise Ravaillac. Lo que sí sabemos es que esto fue crucial para el reino de Francia, pues Henry IV dejaba como heredero a su hijo Luís XIII, con sólo 9 años, bajo la extrema voluntad de la regencia de su madre María de Medici.
Elisabeth contaba entonces con sólo 8 años. El dramático final de su padre, aquel hombre de aspecto bonachón y simpático, tuvo que soportar una auténtica conmoción. La madre, tampoco estaba en condiciones para atender a sus hijos, pues debía centrarse en la educación de Luís XIII. María no pudo siquiera ceder ante un duelo inesperado, el de su hijo Henry Mariette inesperadamente, un año después.
En esta época, María de Medici estaba bajo la influencia absoluta del codicioso e intrigante Concino Concini, cuyo mérito ascendió pronto al cargo de mariscal de Francia, pues se casó con Eleonor Galigai, amiga de infaqncia, hermana de leche, dama predilecta de Marie. La profunda dependencia de Maréi respecto a Eleonora pues años después, ella misma dijo que un espíritu fuerte siepre absorbía el débil, hizo que de pronto Concino Concini gobernarse Francia a su antojo.
ºCon el consejo de su valido, Maria dio un giro de 180º en las relaciones exteriores. Henry IV siempre había tenido relaciones hostiles con Felipe III de España, pero María estaba dispuesta a olvidar viejas rencillas para establecer una paz duradera. Obviamente, para sellar rápidamente una ruptura con una laianza,no hay nada mjor que un matrimonio negociado entre ambas dinastías.
Felipe III había tenido varios hijos con su esposa Margarita de Austria, entre ellos una infanta llamada Ana, que por edad, podría ser la novia perfecta de Luís XIII, a la vez que consideró que Elisabeth debía ser la esposa de Felipe IV. Desde el punto de vista práctico resultaba un ahorro: la dote de una novia se compensaba con la de la otra novia, así que las arcas de ambos no sufrirían pérdidas.
Así, en 1615, se llevó a cabo un formidable espectáculo: el intercamcio de las princesas. La Isla de los Faisanes, elevada en el río Bidasoa, cerca de la frontera de Hendaya, fue el lugar elegido para una ceremonia preparada, mediante la cual los franceses entregabn a los españoles a la princesa Elisabeth, mientras que los españoles hacían lo mismo con Ana.
Ana, de 13 años, partió a la corte francesa donde complemebtaría su educación antes de casarse, al año siguiente en Burdeos y Elisabeth, también de 13 años, ataviada con ropas españolas, viajaba a Burgos a celebrar sus nupcias, que tradarían un año en consumarse.
Es imposible no poder compadecer a estas pobres chiquillas. Cierto es que desde pequeñas se las educaba para que dejasen su patria y su familia y echasen raíces en otros reinos, pero no dejaba de ser un trauma. Ana se vio pronto transformada en la reina Anne, cambiando la sombría, rígida corte española, pro la frívola francesa. El vacío que ella dejaba en la corte española debía llenarlo Elisabeth, ahora Isabel, demasiado traviesa, para encajar en el nuevo ambiente.
Rrsulta inevitable preguntarse qué sintió Isabel, de 13 años, ya quieriendo ser una mujer, al conocer a su futuro marido Felipe en Burgos, con tan sólo 10 años de edad, que comenzaba ahora la etapa del desarrollo. Felipe sólo le sacaba 3 años a Gastón, su hermano pequeño.
Pero sí sabemos que Felipe se quedó prendado, ya de niño, dde la beleza de su futura esposa. Isabel se movía con gracia y donaire, incluso dentro de esos estrechos y rígidos vestidos típico español: Felipe podía ocnsiderar que había hecho un trueque perfecto.
Tras su entrada solemne en Madrid el 19 de noviembre de 1615, Isabel se retira tranquilamente al Pardo. Le consta que durante un año, no convivirá con su esposo. Los dos están casados, pero no lo están a su vez: ella permanece rodeada de un extenso séquito, acorde con su rango de princesa de Asturias, en tanto que su esposo sigue aprendiendo el oficio junto a su padre Felipe III.
Isabel tenía la curiosa afición de hacer que sus damaas arrojasen lagartijas o culebrikllas a los pies de las damas cuando ellas menos se lo esperasen, riendo sin parar ante los gritos de las chicas. Esta actitud siempre fue criticada en el entorno de la corte española, demasiado pactada y solemne.
Pero Isabel tenía sus aspectos positivos: era suave y complaciente cuando quería, mostrándose dócil ante cuestiones religiosas, visitando iglesias y p atocinando los conventos con aparente convicción.
Las noticias que llegaban de Francia, en cualquier caso no le favorecían. La regencia de su madre, María de Medici, estaba resultando ser una etapa turbia. Nadie esperaba que fuese una balsa de aceite, pero nadie pensaba que llevaría todo al traste. En este punto se pensó de forma optimista: gobernada port el matrimonio Concini Marie no daba una derecha. En 1617, cuando Isabel llebava dos años en la corte española se desató el escándalo en Francia
Luis XIII estaba francamente a bochornado con la actitud de su madre, tan a merced de uss amigos que se lucraban de las cuentas de las arcas del estado, mientras acaparaban títulos sin merecerlos. Luis detestaba en concreto a Concini y a su esposa pero para un monarca joven, al situación para actuar era impensable. En esta tesitura, ya que no se podía con la salida honrosa, se optó por la deshonrosa: un simple y vulgar asesinato perpretrado.
Luis pensó el plan con su amigo Charles d´Albert. Éste había progresado en la corte hasta marqués por su amistad con Concino, pero fue el momento en el que se ido cuenta que prefería cultivar la amistad del futuro rey.Luis apreciaba tanto a Charles que acababa de nomnrarlo halconero real de la corte de Francia un antiguo título que confería prestigio a quien lo llevaba. Con su apoyo, Luis introdujo en la conjura a la pieza clave, un tal Vitry capitán de la guardia real. Vitry fue el que disparó a quemarropa a Concini, matándolo. Su cadáver fue presa de las garras del pueblo que lo maltrató, mutiló, regocijados por la calida del codicioso valido italiano.
Luís XIII no se anduvo con chicas a la hora de adquirir el poder. Algo que a María de Medici llenó de temor, pues fue confinada al Castillo de Blois. Entretanto, la hermana de leche de la reina, Eleonor Galigai, viuda de Concini estaba en peor momento, Le habían confiscado todos sus bienes: su residencia palaciega en París, el hotel de la calle Tournon y el castillo campestre de Lesigny pasaron a manos de Charles d´Albert, mientras que la viuda negra era detenida acusada de brujería para someter el esiritu de María de Medici en el propio. Eleonor no tuvo un juicio, sino una parodia del mismo que buscaba su inmediata condena: se ordenó que fuese decapitada, pero su cuerpo ardería en la hoguera, castigo reservado a las hechiceras.
Isabel en el Pardo, sufrió una conmoción al recibir la noticia. La forma en que su hermano Luis se había hecho con el poder no era nada elegante. La corte española no podía celebrarlo en exceso pero se pensaba que las relaiones entre sus reyes mejorarían con la ausencia de la madre del rey.
Cuando Elisabeth apareció en escena, el 22 de noviembre de 1602 en el palacio de Fonatinebleau, su padre Henri se encontraba en el apogeo de poder, en la próspera época del reinado, donde todo el mundo podía disfrutar de al menos un pollo en la olla del domingo. Nadie presagiaba que 8 años después moriría asesinado en su carruaje en una estrecha calleja de París a resultas de una conjura, que hoy en día sigue siendo un enigma. No se sabe quién estaba detrás de esa puñalada mortal, se acusa sin embargo al acérrimo católico FrabÇoise Ravaillac. Lo que sí sabemos es que esto fue crucial para el reino de Francia, pues Henry IV dejaba como heredero a su hijo Luís XIII, con sólo 9 años, bajo la extrema voluntad de la regencia de su madre María de Medici.
Elisabeth contaba entonces con sólo 8 años. El dramático final de su padre, aquel hombre de aspecto bonachón y simpático, tuvo que soportar una auténtica conmoción. La madre, tampoco estaba en condiciones para atender a sus hijos, pues debía centrarse en la educación de Luís XIII. María no pudo siquiera ceder ante un duelo inesperado, el de su hijo Henry Mariette inesperadamente, un año después.
En esta época, María de Medici estaba bajo la influencia absoluta del codicioso e intrigante Concino Concini, cuyo mérito ascendió pronto al cargo de mariscal de Francia, pues se casó con Eleonor Galigai, amiga de infaqncia, hermana de leche, dama predilecta de Marie. La profunda dependencia de Maréi respecto a Eleonora pues años después, ella misma dijo que un espíritu fuerte siepre absorbía el débil, hizo que de pronto Concino Concini gobernarse Francia a su antojo.
ºCon el consejo de su valido, Maria dio un giro de 180º en las relaciones exteriores. Henry IV siempre había tenido relaciones hostiles con Felipe III de España, pero María estaba dispuesta a olvidar viejas rencillas para establecer una paz duradera. Obviamente, para sellar rápidamente una ruptura con una laianza,no hay nada mjor que un matrimonio negociado entre ambas dinastías.
Felipe III había tenido varios hijos con su esposa Margarita de Austria, entre ellos una infanta llamada Ana, que por edad, podría ser la novia perfecta de Luís XIII, a la vez que consideró que Elisabeth debía ser la esposa de Felipe IV. Desde el punto de vista práctico resultaba un ahorro: la dote de una novia se compensaba con la de la otra novia, así que las arcas de ambos no sufrirían pérdidas.
Así, en 1615, se llevó a cabo un formidable espectáculo: el intercamcio de las princesas. La Isla de los Faisanes, elevada en el río Bidasoa, cerca de la frontera de Hendaya, fue el lugar elegido para una ceremonia preparada, mediante la cual los franceses entregabn a los españoles a la princesa Elisabeth, mientras que los españoles hacían lo mismo con Ana.
Ana, de 13 años, partió a la corte francesa donde complemebtaría su educación antes de casarse, al año siguiente en Burdeos y Elisabeth, también de 13 años, ataviada con ropas españolas, viajaba a Burgos a celebrar sus nupcias, que tradarían un año en consumarse.
Es imposible no poder compadecer a estas pobres chiquillas. Cierto es que desde pequeñas se las educaba para que dejasen su patria y su familia y echasen raíces en otros reinos, pero no dejaba de ser un trauma. Ana se vio pronto transformada en la reina Anne, cambiando la sombría, rígida corte española, pro la frívola francesa. El vacío que ella dejaba en la corte española debía llenarlo Elisabeth, ahora Isabel, demasiado traviesa, para encajar en el nuevo ambiente.
Rrsulta inevitable preguntarse qué sintió Isabel, de 13 años, ya quieriendo ser una mujer, al conocer a su futuro marido Felipe en Burgos, con tan sólo 10 años de edad, que comenzaba ahora la etapa del desarrollo. Felipe sólo le sacaba 3 años a Gastón, su hermano pequeño.
Pero sí sabemos que Felipe se quedó prendado, ya de niño, dde la beleza de su futura esposa. Isabel se movía con gracia y donaire, incluso dentro de esos estrechos y rígidos vestidos típico español: Felipe podía ocnsiderar que había hecho un trueque perfecto.
Tras su entrada solemne en Madrid el 19 de noviembre de 1615, Isabel se retira tranquilamente al Pardo. Le consta que durante un año, no convivirá con su esposo. Los dos están casados, pero no lo están a su vez: ella permanece rodeada de un extenso séquito, acorde con su rango de princesa de Asturias, en tanto que su esposo sigue aprendiendo el oficio junto a su padre Felipe III.
Isabel tenía la curiosa afición de hacer que sus damaas arrojasen lagartijas o culebrikllas a los pies de las damas cuando ellas menos se lo esperasen, riendo sin parar ante los gritos de las chicas. Esta actitud siempre fue criticada en el entorno de la corte española, demasiado pactada y solemne.
Pero Isabel tenía sus aspectos positivos: era suave y complaciente cuando quería, mostrándose dócil ante cuestiones religiosas, visitando iglesias y p atocinando los conventos con aparente convicción.
Las noticias que llegaban de Francia, en cualquier caso no le favorecían. La regencia de su madre, María de Medici, estaba resultando ser una etapa turbia. Nadie esperaba que fuese una balsa de aceite, pero nadie pensaba que llevaría todo al traste. En este punto se pensó de forma optimista: gobernada port el matrimonio Concini Marie no daba una derecha. En 1617, cuando Isabel llebava dos años en la corte española se desató el escándalo en Francia
Luis XIII estaba francamente a bochornado con la actitud de su madre, tan a merced de uss amigos que se lucraban de las cuentas de las arcas del estado, mientras acaparaban títulos sin merecerlos. Luis detestaba en concreto a Concini y a su esposa pero para un monarca joven, al situación para actuar era impensable. En esta tesitura, ya que no se podía con la salida honrosa, se optó por la deshonrosa: un simple y vulgar asesinato perpretrado.
Luis pensó el plan con su amigo Charles d´Albert. Éste había progresado en la corte hasta marqués por su amistad con Concino, pero fue el momento en el que se ido cuenta que prefería cultivar la amistad del futuro rey.Luis apreciaba tanto a Charles que acababa de nomnrarlo halconero real de la corte de Francia un antiguo título que confería prestigio a quien lo llevaba. Con su apoyo, Luis introdujo en la conjura a la pieza clave, un tal Vitry capitán de la guardia real. Vitry fue el que disparó a quemarropa a Concini, matándolo. Su cadáver fue presa de las garras del pueblo que lo maltrató, mutiló, regocijados por la calida del codicioso valido italiano.
Luís XIII no se anduvo con chicas a la hora de adquirir el poder. Algo que a María de Medici llenó de temor, pues fue confinada al Castillo de Blois. Entretanto, la hermana de leche de la reina, Eleonor Galigai, viuda de Concini estaba en peor momento, Le habían confiscado todos sus bienes: su residencia palaciega en París, el hotel de la calle Tournon y el castillo campestre de Lesigny pasaron a manos de Charles d´Albert, mientras que la viuda negra era detenida acusada de brujería para someter el esiritu de María de Medici en el propio. Eleonor no tuvo un juicio, sino una parodia del mismo que buscaba su inmediata condena: se ordenó que fuese decapitada, pero su cuerpo ardería en la hoguera, castigo reservado a las hechiceras.
Isabel en el Pardo, sufrió una conmoción al recibir la noticia. La forma en que su hermano Luis se había hecho con el poder no era nada elegante. La corte española no podía celebrarlo en exceso pero se pensaba que las relaiones entre sus reyes mejorarían con la ausencia de la madre del rey.
domingo, 20 de junio de 2010
ISABEL DE FARNESIO LA PARMESANA2
Alberoni describió a Isabel perfectamente. Jugaba con ventaja: había cultivado a la perfección la amistad con la de Ursinos, ganando credibilidad. Pero Alberoni mintió en esta descripción, a conciencia. Isabel no era la criatura mediocre que había descrito a la princesa.
Para empezar, no era fea. De estatura elevada según el estandar de la época, enía una figura armónica de buenas proporciones. Si con el tiempo ganaba en curvas no le quitaba belleza, dado que en general, eso era fertilidad sana y segura. Sus cabellos rubio rojizos eran heredados de su madre alemana. Su rostro ovalado de rasgos graciosos, mostraban marcas de la viruela. Esas picaduras eran el único punto en contra para la chica. Si se pasaba por alto las marcas que intentaba disimular con cremas y maquillajes, además de lunares artificiales, no era calificada como hermosa, pero tampoco como feucha.
Pero donde realmente dio el cardenal una visión totalmente distorsionada de la dama era en lo que al carácter atañía. Isabel tenía una personalidad claramente definida, marcado temperamento reforzado por la educación de su madre, Dorotea Sofía
La Landgravina Isabel Amalia de Hesse-Darmstadt había resultado una esposa prolífica para su marido Phillip Wilhem, príncipe electo del Palatinado. En total, Isabel Amalia había puesto en el mundo un total de 17 hijos, entre los cuales, 8 fueron mujeres. De esas 8, 2 murieron en la primera infancia, y otra con 14; pero el resto se convirtieron en bellas princesas con las que sus padres negociarían en sus matrimonios.
Las cinco hermanas tenían un aire de familia. Todas llamaban la atención por su figura y sus cabellos rojizos. La mayor, Eleonor Magdalena, abrió el capítulo de grandes bodas al unirse al Emperador del Sacro Imperio Leopoldo II. La segunda hermana Sofía, se casó en segundas con el viudo Pedro II de Portugal. Luego, les tocó al mismo tiempo el turno a las dos hermanas que más unidas estaban: Maria Anna fue enviada a España para casarse con Carlos II, destinado a ser el último Habsburgo, en tanto que Dorothea Sofía marchaba a Parma para casarse con Odoardo Farnese, heredero del ducado italiano. La última de las princesas, Hedwig Isabel, se casó con el príncipe de Polonia.
Menos María Sofía Elisabet de Portugal, que era de naturaleza melancólica y autodestructiva, las otras tenían agallas. Eleonor se encontró en la corte de inmediato, comparada con las dos últimas esposas del emperador: la infanta Margarita Teresa de España y Claudia Felicitas del Tirol. Pero Eleonor se las apañó para ganase el respeto general. Lo que tuvo que soportar Maria Ana en España, junto a su esposo "El Hechizado", y hostigada por su suegra Mariana de Austria, no era para contarlo en palabras, pero ella supo resistir.
En cuanto a Dorothea, se dejó abatir por las circunstancias. Su matrimonio con Odoardo no era una balsa de aceite, pero le dio un hijo Alessandro Ignazio, y una hija Elisabetta. Lo peor vino en 1793. El príncipe Alessandro falleció con sólo 20 meses, y al mes siguiente, su padre Odoardo, sin haber llegado a heredar el ducado. Dorothea se encontró viuda sola con una niña a la que mantene ry educar.
Mientras, su suegro, débil de salud, empeoraba, con lo que su sucesor sería su otro hijo Francesco, hermanastro de Odoardo. Dado que Francesco no podía mandar de vuelta a Neobourg a Dorothea por falta de dinero en las arcas reales para darle la dote de su matrimonio, resolvió casarse con ella. La propia Dorothea, a quiene los cortesanos motejaban como autoritaria y seria, aceptó.
La infancia y juventud de Isabel estuvieron entonces muy influenciadas por su madre. Dorothea le transmitió su orgullo, su soberbia de raza en lo que al linaje atañía, una férrea voluntad al servicio de la ambición.
Isabel estaba preparada para llevar el rumbo de su vida con estilo. Sabía que Felipe V había estado perdídamente enamorado de su esposa difunta María Luisa, pero que había un trasfondo en el refrán: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. María Luisa había muerto de una tuberculosis y ahora se podría en su ataud, no estaba y ella sí para satisfacer a su esposo en lo físico.
Lo único que había quedado de María Luisa Gabriela de Saboya en la vida de ambos eran sus dos hijos. Luís y Fernando siempres e encontrarían por delante en la línea sucesoria que los retoños que ella pudiera concebir, un obstáculo a largo plazo, pero ella no se dejaba abatir.
Isabel llegó a España con la confianza que le daba el tener conciencia de sus grandes dotes: los ducados de Parma y Toscana, herencia de sus ancestros Farnese y Medici. Estaba segura que tardaría poco en hacer que su marido bailase al mismo son que ella, lo que le hacía sentirse fuerte ante cualquier circunstancia adversa. En resumen, una chica con las ideas claras y muy segura de sí misma.
Las primeras en acusar recibo serían las propias Maria Ana de la Tremoille, princesa de Ursinos. Estaba tan segura que no se molestó en fingir un poco de modestia en su primer encuentro con la Ursinos. Mientras era recibida en la flamante puerta del castillo, y todos le daban sus reverencias, Maria Anna se destacó saliendo hacia adelante en el recibidor, al pie de la escalinata. Además, se ahorró la reverencia, dando explicaciones de sus dolores de lumbago, algo que a la chica en principio no molestó.
Pero pronto apareció Alberoni para decirle quién era quién en la corte española. Los franceses eran la facción más destacada, aglutinados en torno a la Ursinos. Todos actuaban como agentes de Versalles, manteniendo la política española subordinada a los intereses de la cancillería francesa. Isabel se enteró de quién y cómo manejaba los hilos en la corte española por Alberoni. Esperó a hacer su táctica.
Maria Ana no tardó en caer en el error de acusar públicamente a Isabel, algo que se hizo diario con María Luisa Gabriela: en su calidad de camarera mayor, siempre se daba el gusto de corregir a la soberana cuando lo creía necesario, bien por exceso de color ne las mejillas o muchas ojeras. Si María Luisa se lo tomó con tranquilidad, ésta no hizo lo esperado: cuando la Ursino le dijo que debía evitar la glotonería pues perdería la cintura, Isabel le contestó que quién era esa mujer para atreverse a insultar a la reina de España, mirando a Alberoni. Ordenó que la sacasen de palacio en una silla y que la llevasen a la frontera francesa. Atónitos, Maria Anne se quedó muda cumpliendo con los guardias lo mandado, mientras que Alberoni se alegraba de la sabia decisión de la reina. Toda una verguenza para la Ursino,
Para empezar, no era fea. De estatura elevada según el estandar de la época, enía una figura armónica de buenas proporciones. Si con el tiempo ganaba en curvas no le quitaba belleza, dado que en general, eso era fertilidad sana y segura. Sus cabellos rubio rojizos eran heredados de su madre alemana. Su rostro ovalado de rasgos graciosos, mostraban marcas de la viruela. Esas picaduras eran el único punto en contra para la chica. Si se pasaba por alto las marcas que intentaba disimular con cremas y maquillajes, además de lunares artificiales, no era calificada como hermosa, pero tampoco como feucha.
Pero donde realmente dio el cardenal una visión totalmente distorsionada de la dama era en lo que al carácter atañía. Isabel tenía una personalidad claramente definida, marcado temperamento reforzado por la educación de su madre, Dorotea Sofía
La Landgravina Isabel Amalia de Hesse-Darmstadt había resultado una esposa prolífica para su marido Phillip Wilhem, príncipe electo del Palatinado. En total, Isabel Amalia había puesto en el mundo un total de 17 hijos, entre los cuales, 8 fueron mujeres. De esas 8, 2 murieron en la primera infancia, y otra con 14; pero el resto se convirtieron en bellas princesas con las que sus padres negociarían en sus matrimonios.
Las cinco hermanas tenían un aire de familia. Todas llamaban la atención por su figura y sus cabellos rojizos. La mayor, Eleonor Magdalena, abrió el capítulo de grandes bodas al unirse al Emperador del Sacro Imperio Leopoldo II. La segunda hermana Sofía, se casó en segundas con el viudo Pedro II de Portugal. Luego, les tocó al mismo tiempo el turno a las dos hermanas que más unidas estaban: Maria Anna fue enviada a España para casarse con Carlos II, destinado a ser el último Habsburgo, en tanto que Dorothea Sofía marchaba a Parma para casarse con Odoardo Farnese, heredero del ducado italiano. La última de las princesas, Hedwig Isabel, se casó con el príncipe de Polonia.
Menos María Sofía Elisabet de Portugal, que era de naturaleza melancólica y autodestructiva, las otras tenían agallas. Eleonor se encontró en la corte de inmediato, comparada con las dos últimas esposas del emperador: la infanta Margarita Teresa de España y Claudia Felicitas del Tirol. Pero Eleonor se las apañó para ganase el respeto general. Lo que tuvo que soportar Maria Ana en España, junto a su esposo "El Hechizado", y hostigada por su suegra Mariana de Austria, no era para contarlo en palabras, pero ella supo resistir.
En cuanto a Dorothea, se dejó abatir por las circunstancias. Su matrimonio con Odoardo no era una balsa de aceite, pero le dio un hijo Alessandro Ignazio, y una hija Elisabetta. Lo peor vino en 1793. El príncipe Alessandro falleció con sólo 20 meses, y al mes siguiente, su padre Odoardo, sin haber llegado a heredar el ducado. Dorothea se encontró viuda sola con una niña a la que mantene ry educar.
Mientras, su suegro, débil de salud, empeoraba, con lo que su sucesor sería su otro hijo Francesco, hermanastro de Odoardo. Dado que Francesco no podía mandar de vuelta a Neobourg a Dorothea por falta de dinero en las arcas reales para darle la dote de su matrimonio, resolvió casarse con ella. La propia Dorothea, a quiene los cortesanos motejaban como autoritaria y seria, aceptó.
La infancia y juventud de Isabel estuvieron entonces muy influenciadas por su madre. Dorothea le transmitió su orgullo, su soberbia de raza en lo que al linaje atañía, una férrea voluntad al servicio de la ambición.
Isabel estaba preparada para llevar el rumbo de su vida con estilo. Sabía que Felipe V había estado perdídamente enamorado de su esposa difunta María Luisa, pero que había un trasfondo en el refrán: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. María Luisa había muerto de una tuberculosis y ahora se podría en su ataud, no estaba y ella sí para satisfacer a su esposo en lo físico.
Lo único que había quedado de María Luisa Gabriela de Saboya en la vida de ambos eran sus dos hijos. Luís y Fernando siempres e encontrarían por delante en la línea sucesoria que los retoños que ella pudiera concebir, un obstáculo a largo plazo, pero ella no se dejaba abatir.
Isabel llegó a España con la confianza que le daba el tener conciencia de sus grandes dotes: los ducados de Parma y Toscana, herencia de sus ancestros Farnese y Medici. Estaba segura que tardaría poco en hacer que su marido bailase al mismo son que ella, lo que le hacía sentirse fuerte ante cualquier circunstancia adversa. En resumen, una chica con las ideas claras y muy segura de sí misma.
Las primeras en acusar recibo serían las propias Maria Ana de la Tremoille, princesa de Ursinos. Estaba tan segura que no se molestó en fingir un poco de modestia en su primer encuentro con la Ursinos. Mientras era recibida en la flamante puerta del castillo, y todos le daban sus reverencias, Maria Anna se destacó saliendo hacia adelante en el recibidor, al pie de la escalinata. Además, se ahorró la reverencia, dando explicaciones de sus dolores de lumbago, algo que a la chica en principio no molestó.
Pero pronto apareció Alberoni para decirle quién era quién en la corte española. Los franceses eran la facción más destacada, aglutinados en torno a la Ursinos. Todos actuaban como agentes de Versalles, manteniendo la política española subordinada a los intereses de la cancillería francesa. Isabel se enteró de quién y cómo manejaba los hilos en la corte española por Alberoni. Esperó a hacer su táctica.
Maria Ana no tardó en caer en el error de acusar públicamente a Isabel, algo que se hizo diario con María Luisa Gabriela: en su calidad de camarera mayor, siempre se daba el gusto de corregir a la soberana cuando lo creía necesario, bien por exceso de color ne las mejillas o muchas ojeras. Si María Luisa se lo tomó con tranquilidad, ésta no hizo lo esperado: cuando la Ursino le dijo que debía evitar la glotonería pues perdería la cintura, Isabel le contestó que quién era esa mujer para atreverse a insultar a la reina de España, mirando a Alberoni. Ordenó que la sacasen de palacio en una silla y que la llevasen a la frontera francesa. Atónitos, Maria Anne se quedó muda cumpliendo con los guardias lo mandado, mientras que Alberoni se alegraba de la sabia decisión de la reina. Toda una verguenza para la Ursino,
ISABEL DE FARNESIO LA PARMESANA1
Giulio Alberoni
Este es Giuliu Alberoni. Parece que nació en Fiorenuela d´Arda, una pequeña localidad entre Parma y Piacenza el 30 de mayo de 1664. Su padre era un humilde jardinero y su madre se ocupaba de las tareas de la casa y la crianza de sus hijos. Vivían en la pobreza, casi rozando lo extremo, pero parece al menos haber tenido aspiraciones en cuanto a su descendencia. Viendo la inquietud de su hijo y su ingenio, pensaron en encauzarle a una carrera eclesiástica: para encontrar un benévolo protector en ese mundo, nada mejor que ponerle de campanero en la Catedral de Piacenza.
El joven campanero se ganó la confianza del obispo Barni, quien le facilitó el acceso al seminario, donde recibió las órdenes necesarias para ser sacerdote. Además, Barni le asignó el puesto de canónigo adscrito a la catedral de Piacenza. Pero este no se conformaba con ello y decidió usar su buena diplomacia.
Aprovechó la oportunidad cuando se cruzó con el duque de Vendome, comandante jefe de las tropas acantonadas , siendo de una rancia estirpepor parte de su padre. pero por su madre, sobrina del cardenal Mazarin.
Dice que cuando estaba enzarzado en una discusión con el cardenal al perder una batalla, el duque le mostró su trasero enseñándole las almorranas, algo que Alberoni, al entrar en la sala, supo remediarlo.
Así, cuando el duque de Vendome entró al ejército francés para asegurar el trono de Felipe de Borbón, Alberoni solicitó que lo enviase a Madrid en calidad de embajador del ducado. Pese a su fama de protegido por la corte, algo que pesaba, Alberoni logró triunfar en Madrid.
Isabel de Farnesio
Felipe V Borbón
El de febrero de 17114, Felipe V perdió su esposa después de 8 años de matrimonio: María Luisa Gabriela de Saboya. Una hermana mayor de´esta, Adelaida, se había casado con el hermano mayor de Felipe, Luis duque de Borgoña, antes que se celebrase el matrimonio entre Felipe y María Luis. Ambas parejas tuvieron la suerte de ser felices, pese a su unión dinástica, una mujer de aspecto infantil, pero de carácter fuerte, decidida, capaz de afrontar los problemas, a la vez que afectuosa.
Cuando Felipe y María Luisa llegaron al trono español tras la victoria en la Guerra de Sucesión, los españoles ante tanto amor a la patria la alabaron. Ademas, dio 4 hijos varones a la sucesión, aunque sólo fueron dos los que llegaron a crecer, Luis y Fernando.
El fallecimiento rpentino de María Luisa Gabriela dejó a Felipe sumido en una gran depresión. Era un hombre dependiente de su esposa en muchos aspectos: ella le alegraba anímicamente, sabía sacarle de sus pensamientos oscuros, le daba ternura y su adecuada dosis de pasión. Dado que Felipe tenía demasiada líbido, anque sólo la soltase en el ámbito sexual del matrimonio, la pérdida fue demasiada, teniendo que buscar una amante. El viudo triste se mudó enseguida al Palacio de Medinaceli: sólo el paseo del Prado separaba esa casona de otra allí existente, la de la princesa de Ursinos, Marie Anne de la Tremoille. Felipe ordenó cavar un pasadizo por debajo del Paseo, de forma que podía ir a casa de la princesa cuando le diese la gana, para conferenciar con ella y dejarse dirigir en asuntos gubernativos.
Marie Anne- de la Tremoille, hija de duque y viuda en primeras nupcias de Adrian Blaise, y en segundas nupcias del príncipe italiano Flavio degli Orsini, eraa la principal figura de la corte madrileña. Formaba parte del connjunto de franceses congregados alrededor del rey Felipe V, siguiendo las instrucciones de su abuelo paterno, el rey Luís XIV rey del Sol. Tenían como misión ayudar a Felipe a dirigir el reino con inteligencia, sin apartarse de la línea que aportó la cancillería francesa. Marie Anne representaba el poder tras el trono: Felipe tenía el título, pero ella era la que hacía y deshacía.
Marie Anne Princesa de Ursinos
Alberoni, el sagaz representante de Parma en Madrid, se dio cuenta a su llegada que de quien tenía que ganarse la verdadera confianza era la de la princesa de Ursinos. Así lo hizo haciendo alarde de un fino y exquisito trato. Es en ese momento cuando la princesa le confía a Alberoni que no podría descansar hasta conseguir una princesa europea adecuada para el triste Felipe con el que llenar el vacío que María Luisa había dejado. Expectante, pero disimulando, se contuvo ante todas las mujeres que le fue presentando la princesa, dando su opinión sobre los pros y los contras. Fue entonces cuando Alberoni propuso a la princesa a Isabel de Farnesio. Sacudiendo la cabeza en un gesto entre fingido y con incertidumbre, Alberoni se adelanta diciendo que a la princesa no le gusta esa mujer. Así, con tono melifluo la describió Alberoni: "una muchacha de veintidos años, feucha, que se atiborra de mantequillan y queso parmesano, y que jamás ha oido hablar de algo que no sea coser o bordar".
Esta descripción fascinó a la princesa, quien buscaba una mujer así, pudiendo incluso aumentar los sucesores de la línea, y nunca supondría un peligro para su forma de gobernar. En otras palabras: ella seguiría siendo la reina detrás del trono y Felipe encontraría en Isabel la mujer que le sacaría de la depresión.
Así la princesa de Ursinos aceptaba oficialmente a Isabel de Farnesio, mientras que Alberoni, en segundo plano, daba palmas.
DUQUESA DE CHÂTEAUROUX
Marie Anne de Mailly-Nesle nace el 5 de octubre de 1717 en París, siendo la quinta hija de un aristócrata llamado Louise III de Mailly-Nesle, y su esposa Armande Felice de La Porte Mazarin.
Marie Anne tenía cuatro hermanas que la s uperaban en edad: Louise-Julie, Pauline-Felicite, Diane-Adelaide y Hortense-Felicite. Las cuatro se convirtieron con el tiempo en amantes del rey Charles II.
Louise, la mayor, fue la que abrió la veda. Con 16 años se casó con su primo Louise conde de Maylly- Rubempré, cuya madre formaba parte del séquito de honor de las damas de la reina María Leczynska, quien hasta entonces le había dado 8 hijos. Muy marcado por la severa educación impartida desde niño por el cardenal Fleury, lo cierto es que el monarca todavía semantenía fiel a su esposa. Pero Louise le hizo romper su trayectoria ys e convirtió en su primera amante.
Por tradición, las amantes de lso reyes se aprovechaban de esta relación íntima para hacer prosperar a sus familias. Louise logró colocar pronto a su hermana Pauline en la corte, a qiuen se casó con el Marqués d Vintimille. Pauline no era guapa; de hecho, por su gran tamaño, se la consideraba algo masculina. Pero volvió loco de deseo al rey Luís XV. Mientras Louise se hacía a un lado, enfurecida y despechada, Pauline se quedó embarazada del rey, quien la premió por ese acto el castillo de Choisy-le-Roy. Nació entonces un niño robusto llamado Charles. Por desgracia, contrajo fiebres puerperales, que derivaron en una septicmia que lo llevó a la muerte en pocos días.
Desolado, el rey buscó consuelo en Louise, quien estaba dispuesta a olvidar todo. La cosa iba tan bien, que la favorita osó de nuevo en dar invitaciones a sus hermanas: Diana, Hortensia y Anne.
Es posible que Louise considerara que el rayo no caería dos veces en el mismo sitio: la fallecida Pauline le había quitado el amor del rey, pero había pagado un alto precio al morir en el postparto. Se equivocó de nuevo.
Aunque logró que Diana se casase con el Duque de Brancas-Lauraguais, y Hortense con el Marqués de Flavacourt, ninguna se andó con miramientos hacia su hermana. Pronto mostraron a que estaban dispuestas a satisfacer los caprichos sexuales del rey.
Pero la más peligrosa de todas fue Anna. Recién viuda del marqués de La Tornuelle cuando llegó a la corte, estaba decidida a hacer valer su belleza y astucia. Se las arregló para hacerse con los favores de dos personajes importantes en Versalles: mariscal Richelieu y Claudine de Tencin, baronesa de Saint Martin. Con estos apoyos, Anne se afianzó como la mujer de moda, la más elogiada, la má deseada.
Con el rey jugó muy fuerte: antes de empezar una relación intima con Louise, debía acabar con sus tres hermanas, para poder ella sola ocupar ese lecho.
Elevada al rango de Duquesa de Châteauroux, Anne ejerció una gran actividad política junto al mariscal Richelieu. Pero a los 4 años, una peritonitis la llevó a la tumba.
4 meses después, el rey, desolado, cayó en brazos de la Marquesa de Pompadour
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DUQUESA DE CLEVELAND
Bárbara Villiers nació en Inglaterra en noviembre de 1640. Su vida estuvo muy condicionada por el hecho de que su padre, William Villiers, , vizconde Grandison, muriese a consecuencia de las heridas de bala producidas en la batalla en la que luchaba a favor del rey Charles I. ,a prematura desaparición de William dejó a su viuda Mary y su hija recién nacida en una apuradísima situación económica. La escasez de recursos marcó su infancia.
Aunque se trataba de una joven de excelente educación y gran belleza, su falta de dote significó que su primer amor, Philippe Stanhope, conde de Chesterfield, la dejase plantada.
Phillip se casó entonces con una heredera, lady Anne Percy. Por una curiosa ironía del destino, Lady Anne Percy le fue infiel con George Villiers, duque de Buckingham y famoso primo de Bárbara, algo que llevó en su momento a un escandaloso divorcio.
Humillada por Phillip, Bárbara se las apañó para casarse con Roger Palmer, hijo de una pareja de la nobleza alta que no estaba de acuerdo con este matrimonio. En opinión de los Palmer, la sensual Bárbara le haría un infeliz. En realidad, la vida matrimonial enseguida apagó la llama del amor: al cabo de un año, Bárbara se había establecido como amante oficial de Charles II.
En los años siguientes a su relación con el rey nacieron 5 hijos ilegítimos, pero reconocidos por el padre. La sexta criatura parece que fue engendrada por Bárbara con una relación con uno de los hombres cuando el rey comenzaba a serle infiel: John Churchill, luego Duque de Malborough, el famoso Mambru se fue a la guerra.
Bárbara, que con el tiempo fue nombrada baronesa de Nonsuch por el rey, además de condesa de Cleveland, se distinguió porque ella llegó a considerar que ella bien podía distribuir sus fvores a su antojo, dado que el rey también se distribuía entre mujeres. Pero su promiscuidad ayudó a ir minando su suelo. Finalmente el rey Charles la reemplazó por la francesa Louise Reneé Kerouaille.
Perdida su posicón en la corte, archó con sus hijos a París. Cuando se enteró de que su marido legítimo Palmer había muerto, se casó con Robert Feilding, pero todo acabó mal, ya que Bárbara descubrió que su marido tenía otra a la que también le había prometido matrimonio, o quiás se había casado en secreto. En medio de este escándalo, donde Robert era juzgado por bigamia, Bárbara enfermó, falleciendo a los 39 años de edad.
Aunque se trataba de una joven de excelente educación y gran belleza, su falta de dote significó que su primer amor, Philippe Stanhope, conde de Chesterfield, la dejase plantada.
Phillip se casó entonces con una heredera, lady Anne Percy. Por una curiosa ironía del destino, Lady Anne Percy le fue infiel con George Villiers, duque de Buckingham y famoso primo de Bárbara, algo que llevó en su momento a un escandaloso divorcio.
Humillada por Phillip, Bárbara se las apañó para casarse con Roger Palmer, hijo de una pareja de la nobleza alta que no estaba de acuerdo con este matrimonio. En opinión de los Palmer, la sensual Bárbara le haría un infeliz. En realidad, la vida matrimonial enseguida apagó la llama del amor: al cabo de un año, Bárbara se había establecido como amante oficial de Charles II.
En los años siguientes a su relación con el rey nacieron 5 hijos ilegítimos, pero reconocidos por el padre. La sexta criatura parece que fue engendrada por Bárbara con una relación con uno de los hombres cuando el rey comenzaba a serle infiel: John Churchill, luego Duque de Malborough, el famoso Mambru se fue a la guerra.
Bárbara, que con el tiempo fue nombrada baronesa de Nonsuch por el rey, además de condesa de Cleveland, se distinguió porque ella llegó a considerar que ella bien podía distribuir sus fvores a su antojo, dado que el rey también se distribuía entre mujeres. Pero su promiscuidad ayudó a ir minando su suelo. Finalmente el rey Charles la reemplazó por la francesa Louise Reneé Kerouaille.
Perdida su posicón en la corte, archó con sus hijos a París. Cuando se enteró de que su marido legítimo Palmer había muerto, se casó con Robert Feilding, pero todo acabó mal, ya que Bárbara descubrió que su marido tenía otra a la que también le había prometido matrimonio, o quiás se había casado en secreto. En medio de este escándalo, donde Robert era juzgado por bigamia, Bárbara enfermó, falleciendo a los 39 años de edad.
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